Paisaje de miedo. Al expresidente López Obrador le debemos el encumbramiento en los poderes del Estado de eso que, fuera de todo clasismo, en el español de México se ha entendido por la canalla: gente dañina, grosera, con presencia en todos los estratos sociales y con una carga, en su haber, de traiciones, mentiras y bajezas. Adanes Augustos y Noroñas; Gutiérrez Lunas y ‘Datos protegidos’ en el Legislativo; con algunas salvedades en la administración pública y en busca de excepciones en el nuevo ‘poder judicial’, éstas son sólo pinceladas de un paisaje de miedo.

AMLO/Sheinbaum: oleaje bravo. El caso actual de la Armada de México ilustra cómo a la presidenta Sheinbaum parece tocarle navegar sobre el mar encrespado de la presión estadounidense por someter a los exponentes más perjudiciales, para la relación bilateral, de este género, una tarea obstaculizada por el remolino de las presiones de AMLO por encubrirlos. Así se explicarían los vaivenes del actual gobierno en este oleaje bravo provocado por la tormenta que azota el complejo arquitectónico de Coapa, sede de la Secretaría de Marina.

La nave del almirante. Así se entenderían, también, por un lado, la decisión presidencial de actuar —cuando apenas cruzaba el umbral de salida de Palacio Nacional el secretario de Estado estadunidense— contra los allegados del secretario Rafael Ojeda, operadores de una multimillonaria red de tráfico internacional de hidrocarburos. Y allí encajarían, por otro lado, las inverosímiles coartadas del fiscal general —‘compradas’ por la presidenta— para mantener a flote la nave del almirante insignia del expresidente, con subterfugios despojados de credibilidad por la prensa y el debate público.

‘Sombra del mal’. Verso de una popular canción ranchera de 1949 y versión al español del título ‘Touch of evil’, de la película clásica del cine negro, escrita, dirigida y actuada por Orson Welles (1958), otra sombra del mal parece envolver la historia de la tormenta que se cierne sobre Coapa: una historia ambientada —como la obra maestra de Welles— en otra de nuestras zonas de frentera con Estados Unidos. En su ascenso al poder absoluto, López Obrador decidió abatir las instituciones de la República para imponer su voluntad sin vigilancia ni rendición de cuentas, sin control constitucional, sin frenos ni contrapesos. Y, en paralelo, determinó la exclusión de las responsabilidades del Estado —bajo el cargo de servir a la oligarquía y al neoliberalismo— de una masa crítica moderna construida en décadas en el servicio público. En su lugar, el ahora expresidente encumbró a legiones de improvisados sin más méritos —como lo exigió explícitamente— que la lealtad ciega. Empoderó a gente con oscuras o inexistentes trayectorias en los poderes del estado. O con visible disposición a cumplir instrucciones aviesas a cambio de servirse, con los suyos, de la potestad delegada de torcer —o dejar torcer— el ejercicio de las funciones asignadas a sus cargos.

Botín. En este modelo de ‘burocracia de botín’, como la llamó Weber, parecería inscribirse el caso del almirante. Quizás a cambio de su indulgencia o complicidad con su canalla huachicolera —y de otras historias con mar de fondo que circulan sobre su gestión— Ojeda cumplió con la fijación golpista de AMLO de mantener distanciados los cuerpos castrenses, ilustrada con el alejamiento —anotado ayer por el especialista Jorge Fernández Menéndez— con la secretaría de la Defensa. Música para los oídos de AMLO, el almirante enfrió la cooperación con las agencias de inteligencia estadounidenses, sustituida por los abrazos a los cárteles, y secundó la descalificación de sus antecesores en los mandos navales por su supuesta ‘entrega’, según López Obrador, a los aparatos de seguridad manejados desde Washington. ¿Qué podía salir mal?

Académico de la UNAM. @JoseCarreno

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