Aniversario, apuestas, opciones críticas. Hoy empieza el segundo año en Palacio de la presidenta Sheinbaum. Arranca con festejos de encuestas y comentarios favorables al cierre del primero. Bien. Pero en la esfera pública siguen las apuestas entre quienes creen que finalmente se sacudirá la presidenta la pesada carga de AMLO y quienes no lo creen. La mayoría coincide en que, en su primer año, mostró al menos un rasgo diferencial valioso respecto de su antecesor: el combate a los cárteles del crimen, en impune expansión hasta antes de su llegada. Y aquí se dobla la apuesta en torno al esperado destape de una carta que despejaría el resultado de la apuesta anterior. Es entre quienes van por la inminencia de la caída del líder de los senadores oficialistas –tocado por evidencias de faltas graves e indicios de acciones peores– y quienes –mayoritariamente– muestran su escepticismo y prevén que lo seguirá sosteniendo allí la fuerza de López Obrador sobre Sheinbaum. Pero las apuestas que dominan la conversación pública se traducen para la Presidenta en opciones críticas e ingentes.
Al filo de la crisis. Las tensiones entre los engranes del gran engranaje del poder construido por AMLO llegan al filo de la crisis. Las ilustra bien la cabeza principal de ayer de nuestro diario: Sheinbaum: no hay fuego amigo; Adán: sé quién es. Y las confirma la rara coincidencia con la prensa independiente de la prensa adicta al régimen, en sus descargas de datos (oficiales) condenatorios del todavía senador. El resultado es la percepción extendida de una real o supuesta resistencia de AMLO a perder una pieza en la composición del poder: una pieza, por lo demás, vulnerada al grado de volverse insostenible, como es el caso del senador Adán Augusto López. Y esto eleva los costos del cualquier desenlace de entre los que tendrá que optar la Presidenta.
La doble trampa. Una doble trampa se configura para la Presidenta con la combinación, por un lado, de un escenario de permanencia e impunidad del senador, con el efecto de lesionar sin remedio el liderazgo y la Presidencia misma de Sheinbaum en los siguientes cinco años. Perdería autoridad en la sociedad, en el grupo en el poder y en un Washington ávido de presas que confirmen su diagnóstico –refrendado por los escándalos más recientes– de zonas del poder público mexicano tomadas por los cárteles. Pero, por otro lado, la remoción y el eventual enjuiciamiento del senador podría costarle a la Presidenta el endurecimiento de las zonas del Estado controladas por López Obrador. Y aquí aparecería –remota, pero no improbable— la posibilidad de amagos de revocación de mandato activados desde enclaves de poder y las clientelas de AMLO.
Un escenario (relativamente) mejor. Y está, por supuesto, el (relativamente) mejor de los escenarios. Reforzada con la (auto) liquidación de la quimera de una sucesión dinástica para 2030, a partir de la ahora fallida inserción de un hijo de AMLO en los controles del partido oficial, la remoción pactada —o acatada— de Adán Augusto López, afirmaría la percepción de un triunfo de la institución presidencial sobre la de un poder tras el trono.
A menos que… Pero, si bien, tras sacudirse a AMLO, la Presidenta podría ir desarraigando del Estado la incompetencia y el crimen, ello no detendría por sí la demolición institucional de la que ella ha participado. Ni desbloquearía el crecimiento económico generado por el catecismo ideológico que comparte con AMLO. Ni atenuaría el poder absoluto que contribuyó a concentrar. A menos que en su primer año haya entendido los riesgos de gobernar sin contrapesos, de sofocar la pluralidad política, de empecinarse en recetas económicas reprobadas y de querer controlar con la sola voluntad personal todas las variables en un tiempo y un país de la complejidad presente.
Académico de la UNAM