¿Sexenio a remolque? La presidenta Sheinbaum parecería no estar consciente de que sus pretendidas indefiniciones la definen. Tanto en la crisis de mil caras que se vive en el plano interno como en el plano de la incertidumbre y el desconcierto del desconcertante desorden internacional. Por ejemplo, la aparente pretensión, aquí, de que el solo paso del tiempo disipe la descomunal corrupción del entorno de López Obrador y los altos grados de penetración del crimen organizado en el poder político, durante el sexenio pasado, está definiendo la percepción del actual sexenio como a remolque del anterior.
El pasado en el presente. En efecto, cada día transcurrido con la permanencia de Adán Augusto López al frente de las fuerzas oficialistas en el Senado y cada minuto de las mañaneras sin intentar siquiera tocar el tema del involucramiento de la familia de AMLO en tramas de corrupción a gran escala, afirman una imagen de rendición ante un pasado que, así, resurge como presente.
¿El freno de Palenque? Si bien, hay una diferencia notable en el desempeño actual contra las bandas criminales, respecto a los abrazos que recibieron hasta hace un año, también es cierto que ese cambio parece contenido al aproximarse a la relación de los cárteles con el poder político. Cierto que la gran operación en curso en la Armada y las aduanas marcó un avance sobre los terrenos de la colusión de política y delito, pero en la conversación pública no faltan señalamientos de indicios de aplicación de un freno de mano activado supuestamente desde Palenque y algunos mandos o exmandos militares. Y es que no sería ésta la primera vez que se frenen desde ‘La Chingada’ correctivos intentados en el año y 15 días de Sheinbaum en Palacio.
Material inflamable. El problema, hoy, con las pulsiones de frenado es que, con el material altamente inflamable ya en marcha, un frenazo podría provocar una conflagración mayor que la que se trataría de evitar. Y es que, con la autorización o la tolerancia de la Presidenta, o con el margen de autonomía ejercido por las instancias de investigación y seguridad, esas revelaciones desencadenaron ya efectos poderosos —jurídicos y de opinión, nacional e internacional— que obligarían a la Presidenta a una definición y una delimitación clara entre el poder de su mandato constitucional y los poderes de facto de López Obrador. Quizás estamos ante la última llamada.
Sheinbaum y su opción. Por lo pronto, por convicción o sujeción, la Presidenta se vio remolcada dos veces, esta semana, por la antigua locomotora tabasqueña. La más reciente, con su negativa a asistir a la Cumbre de Las Américas en República Dominicana, por no estar invitados los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Y acaso más trascendente, la negativa a felicitar a la líder de la oposición democrática de Venezuela, Corina Machado, nueva Nobel de la Paz. La Presidenta creyó —o le hicieron creer— que la apelación a la soberanía y a la autodeterminación de los pueblos bastaban para justificar su evasiva indefinición ante el imperativo de celebrar la heroica gana democrática. Esta salida pueril y su ‘sin comentarios’ definieron, sin embargo, su afinidad y su opción con el dictador venezolano en línea con López Obrador.
Vencedores y vencidos. Lo que no parece entendido es que los cercanos a la Presidenta —y ella misma— correrían graves riesgos si se impone el peso de AMLO en el grupo gobernante. Específicamente, si Sheinbaum se ve obligada a dejar en la impunidad a los allegados de López Obrador expuestos por sus acciones delictivas. Ello remacharía la percepción de una Presidenta vencida por el expresidente y sus secuaces. Y éstos serían vencedores decididos a neutralizar o deshacerse de los vencidos: Sheinbaum y los suyos. Disipar esa probabilidad adquiere ahora sentido de urgencia.
Académico de la UNAM