Oportunidades pasajeras. A 15 días de cumplir su primer año en Palacio, aparecen dos dilemas de urgente resolución para la presidenta Sheinbaum. Podrían resumirse en uno. Por un lado, continuar, con todas las de perder, el juego de estira y afloja cotidiano, desgastante y sin rumbo, frente a los dos grandes condicionantes de su gestión: López Obrador, desde dentro, y Trump, desde fuera. Y, por otro lado, aprovechar un par de circunstancias propicias, pero pasajeras, para abrirse un camino propio. Falta saber si ella lo desea (hay dudas fundadas), pero en todo caso se trata de oportunidades pasajeras.
Ahora o nunca. Se agota el plazo para ampliar los márgenes de poder real de quien fue elegida para ello. Si no aprovecha las oportunidades que le ofrece este final de su primer año en el cargo, en su segundo podría quedar fuera del juego: de la definición del poder político del país para resto del sexenio. Y es que en 2026 se definirán, de hecho, las elecciones de 2027, entre feroces luchas internas por 17 gubernaturas, 31 congresos locales, el total de la Cámara de Diputados y decenas de alcaldías relevantes. Y, de no actuar ahora, la presidenta carecerá de cartas para entrar a un proceso bajo el control del engranaje de poder real tripulado, con sus alfiles, desde Palenque.
Socavones. Una carta de supervivencia de su sexenio le llegó a la presidenta en este mes patrio: los socavones que se abrieron en la ruta marcada por López Obrador a su sucesora. Grandes oquedades aparecieron bajo el piso del expresidente por las alianzas exhibidas de su sexenio con grupos criminales de la lista estadounidense del terrorismo internacional. Esta oportunidad —fugaz— de desmontar, al menos en parte —o al menos de neutralizar— un engranaje enajenado de control electoral, legislativo y ahora judicial, marcaría la hora de un Poder Ejecutivo reducido hasta hoy a actuar como un engrane más del engranaje, incluso desafiado por otros engranes desde el partido oficial y las cámaras del Congreso, algunos de cuyos exponentes aparecen hoy en capilla.
Regateo. Pero el apremio también podría provenir de Estados Unidos, que el año próximo tendrá también elecciones de mitad del cuatrienio presidencial. Y en medio del regateo que parece sostener la presidenta sobre los alcances de la cooperación antidrogas con EU, Trump podría tomar decisiones drásticas sobre México, si no se cumplen sus expectativas y si un golpe al régimen mexicano le da unos puntos para mantener el control de las cámaras del Congreso.
El remolque y el freno de mano. El problema es que un día parece ceder la presidenta a la demanda nacional de romper las ligas de los cárteles con el régimen —en coincidencia con la presión de Washington por acabar así con lo que considera una amenaza a la seguridad de Estados Unidos— pero al día siguiente parece contener ella misma su decisión, para evitar que sus efectos escalen el poder político. Para los secuaces de AMLO, la presidenta va a remolque de las presiones de Washington contra los cárteles. Para las víctimas de los cárteles, la presidenta lleva puesto el freno de mano de su antecesor, como lo muestra la remoción del comandante militar que abrió el expediente contra Adán Augusto López, en previsión de una escalada contra el expresidente y los suyos.
Liberación. Por allí parece fugarse la oportunidad abierta en estos días independentistas, de una auténtica liberación nacional, y para desactivar el freno de AMLO y dejar sin materia los tirones de Trump. La clave: abandonar el rol reactivo ante ambos condicionantes y aprovechar la oportunidad —y las capacidades mostradas en estos once meses y medio— para tomar la iniciativa, sin contenciones ni autocontenciones, de liberar de la ocupación criminal territorios, poblaciones y enclaves del Estado mexicano.
Académico de la UNAM. @JoseCarreno






