Como marineros, dos astronautas salieron de la atmósfera terrestre hace unos meses sin pensar que acabarían pasando navidad en el espacio. Suny Williams y Buch Wilmore estuvieron nueve meses en la Estación Internacional Espacial y aterrizaron de vuelta en Florida hace apenas unos días. Pocas profesiones tan peculiares como una en la que, si el transporte se avería, la misión de rescate toma el tiempo suficiente para agarrarle cariño al espacio.
Hay un montón de preguntas técnicas en el aire. Muchas de ellas, muy válidas y representativas de lo poco que conocemos de las misiones estelares. ¿Por qué no pudieron traerlos de vuelta antes? ¿Qué le pasa a los cuerpos humanos después de tanto tiempo en ambientes de radiación y gravedad distintos. Hay, sin embargo, otra serie de preguntas igual de cósmicas pero más existenciales, más filosóficas. Más interesantes, con el perdón de las otras.
El dúo de astronautas, a su vuelta en alguna entrevista, declaró que nunca se sintieron abandonados o varados. La pregunta lleva su comba política pero también le pega de rebote a una idea que nos ha fascinado siempre. ¿Estamos solos en el multiverso? Y la todavía más humana ¿qué tan solitario es el espacio? Claro que Williams y Wilmore habrán sabido estar ocupados. Tendrán un montón de pruebas y tareas de mantenimiento que hacer para aprovechar el tiempo, además de mantenerse activos.
Dado que su aislamiento espacial es lo más próximo que tenemos a una isla desierta que espera el rescate, el hecho de que los sepamos ahí, no en circunstancias de peligro inminente pero ahí, esperando, abre todo un estuche de preguntas sobre el tiempo, porque nada es más relativo que nuestra manera de ordenarlo todo en el cajón inmenso del pasado, la bóveda infinita del futuro y el pañuelo del presente.
En el tiempo en el que estuvieron allá arriba (o abajo, o afuera, o ahí, para ser precisos), se estrenaron al menos 390 películas. Muchas de ellas indignas de ver siquiera el corto pero ahí están. Todavía se pone más inverosímil el conteo. Mientras estuvieron en el espacio, se subieron a plataformas de música más de veintiocho millones de canciones. Cientos de miles más de las que el humano promedio puede llegar a escuchar y, quizás, amar en una primavera cualquiera.
Todo es relativo, menos la luz, según la teoría de la relatividad general, y cuánto se desdobla en sentido esa idea para un par de humanos estacionados en el espacio. Cuántas cenas de acción de gracias se agolpan en la memoria de un ciudadano promedio (de Estados Unidos, donde lo celebran). Y cómo no pensar que ésa en la que uno se quedó en el semáforo de la Vía Láctea era especialmente única en la Tierra, por la razón que sea. Cuando todo va tan rápido aquí, en las pantallas de este planeta, cabe pensar que apenas unos cien kilómetros por encima del mar hay un mantel silencioso e incierto que no sabe de misiones espaciales ni de estrenos en plataformas.