Hace un par de días, un grupo de investigadoras publicaron en la revista científica The Astrophysical Journal Letters un artículo en el que explican un hallazgo sin precedentes: en la atmósfera de un planeta llamador K2-18B a unos 120 años luz del nuestro (los romanos eran harto más creativos con los nombres planetarios, hay que decir), encontraron moléculas CH4 Y CO2. Esto puede decirnos nada a los legos que no sabemos cómo se busca vida en otros planetas, pero la presencia de estas moléculas dibuja un exoplaneta -es decir, un planeta orbitando un Sol que no es el nuestro- con un océano de agua en estado líquido circundado por una atmósfera más o menos como la nuestra. De ahí el nada más afortunado nombre hycéano, por hydrogen y ocean.

Es todo. Habrá a quien le parezca anticlimático porque está esperando que encontremos naves, rayos láser y criaturas a la vez avanzadas y a la vez reminiscentes de Cthulhu. Sin embargo, se trata del punto más cercano al que hemos estado de encontrar vida, algas, algo. No sobra recordar que la vida en este planeta tan desvencijado comenzó, justamente, en un océano de agua en estado líquido. Tanto la pregunta que circunda la duda sobre la vida en otros planetas como su respuesta me provoca siempre dos emociones muy distintas.

La primera es existencial, casi melancólica. ¿Estaremos verdaderamente solo en este universo que se expande y al que apenas comenzamos a entenderle? Sin asomarnos a ningún telescopio, la sola probabilidad nos respondería que es difícil pensar que no hay otros pedazos de piedra cósmica sobre los que, azarosamente, se hayan dado las condiciones para la vida. Es una pregunta existencial porque le basta con una respuesta binaria. No, probablemente no estemos solos. Su ímpetu es curioso, casi infantil. No tiene colgada nada más que esa duda solitaria sobre nuestra existencia y la condición humana.

La segunda es mucho más oscura, y quizá esté influenciada por este presente complejo que atravesamos y esta sensación de que cada vez son más realistas los capítulos de Black Mirror y cada vez ese futuro distópico y a todas luces pesimista está a la vuelta de la esquina. Más allá de la curiosidad científica y el deseo de entender el cosmos, ¿de qué le sirve a este modelo social saber si hay vida en otros planetas? La respuesta ingenua sería encontrar un lugar donde haya recursos para todos y comenzar de nuevo cuando le hayamos hecho explotar las pilas puestas a este planeta. Tiene lógica, pero hace tiempo que el insomnio pudo más que los cuentos de hadas, y uno no puede evitar pensar si en ese planeta que no tiene idea que lo miramos desde el pasado lejano acabaríamos reproduciendo los mismos esquemas, tragedias y comedias de este sistema solar.

En esta misma semana, uno de los humanos más ricos del planeta armó una tripulación de celebridades y la lanzó al espacio por el solo placer de saber que es un lujo que casi nadie se puede dar. Pensándolo así, qué dicha viven las algas y esos ancestros pluricelulares en K2-18B, y de qué modo nos mirarán asombrados otros ojos que buscan vecinos y nos encuentran en estas fachas.

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