Una de las preguntas más complejas al estudiar un fenómeno en las ciencias sociales es, con frecuencia qué cosa es causa y qué otra es consecuencia. La polarización, es decir, este encono en el que nuestras ideas parecen siempre absolutamente opuestas a las de otros sirve como ejemplo claro de este enredo. Uno puede pensar que son estos tiempos de crisis, donde la violencia, impunidad e inequidad generan en la ciudadanía un sentimiento de desesperanza en el que solamente soluciones radicales y de tajo pueden cambiar el rumbo. De ahí que los liderazgos carismáticos pero de mano dura en el pasado y presente tengan tanta popularidad en momentos de crisis.

Sin embargo, puede pensarse también que la flecha apunta al otro lado. Es decir, que la direccionalidad de la polarización no va de la ciudadanía a sus gobernantes sino al revés. En los sistemas democráticos la lógica es que elegimos a quienes representan nuestros intereses y valores. Delegamos en estas personas que asumen cargos de representación las decisiones y, en ese sentido, solo cumplen nuestros designios de polarización al tomar decisiones públicas. El asunto es más complejo toda vez que estas personas que nos representan asumen ese rol con un poder particular: dado que nos representan, su voz tiene mayor peso que el de un ciudadano de a pie, así que tiene más presencia mediática, además de tener recursos como equipos de trabajo, presupuesto, leyes que le permiten hacer su trabajo.

Este poder que viene de la democracia porque accedemos a dárselos mediante elecciones tiene sus matices. Dado que no somos nosotros quienes ejercemos directamente el poder tenemos que confiar en que nuestros representantes fielmente capturan nuestros intereses. Dos problemas salen al calce aquí: el primero es que, dado que somos muchos como sociedad, es difícil para estos representantes encapsular la pluralidad de intereses. El segundo es que estos representantes a veces tienen también intereses. Y este interés puede ser crear, mantener o reforzar el sentimiento de polarización, de que el mundo es por ahora binario y solo admite ellos contra nosotros. ¿Por qué? Pues porque, como puedes estar pensando ya, la dirección de causa y efecto no es una sola flecha sino un bucle que se alimenta a sí mismo y fluye hacia los dos sentidos. Así que una narrativa desde el poder que polariza, a su vez, aterriza sobre nosotros aunque no haya sido nuestra idea, y se convierte en el contexto social, en la temperatura de la discusión sobre la que se establece la agenda de políticas públicas.

Parece que todo esto sucede en un mundo que no es el nuestro, pero detenerse un poco a pensar en este fenómeno del huevo y la gallina que se polariza y polariza al gallinero no es menor. No estamos irremediablemente destinados a pelearnos entre nosotros y aunque es difícil distinguir la flecha que viene hacia nosotros intentando hacer parecer que soy más distinto que mi vecino y no que mi diputado federal, vale la pena recordar que también podemos cambiar la conversación desde la ciudadanía y resolver problemas fuera de la polarización.

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