Todo el tiempo le pasa algo al DFMX. Como decían los Beatles, para siempre y no necesariamente para bien, pero no nos metamos de lleno en el pantano de la subjetividad y una defensa rancia de un pasado que probablemente no fue mejor. El punto es que uno puede hacer el ejercicio de retratar la ciudad casi diario y encontrarle un brillo distinto. Desde luego que la cotidianidad le pone un lente distinto y no es lo mismo vivirla y verla todos los días que encararla por vez primera. Me produce una suerte de envidia rara cuando algún visitante conoce la ciudad, o el pedacito que puede explorar de ella en unos días.

Hay viñetas obvias y harto retratadas. Qué bonito, Bellas Artes, cuánta gente en todas partes y cuánto tráfico. Luego hay percepciones menos superficiales. Una ciudad muy ruidosa, de día y de noche. Una que tiene un sonido para la basura, uno para los colchones viejos, uno para los tamales, y todavía en algunas partes uno para camotes y el afilador (los dioses guarden el oficio bendito de reparar cualquier cosa antes de buscar otra nueva). Recientemente, en cambio, hay nuevas viñetas de quienes rasguñan la ciudad como primerizas. Pasamos del turismo a la estadía semipermanente de un montón de visitantes en apenas unos meses. Muchos otros textos se han escrito ya y se tienen que escribir respecto de las dinámicas de inequidad y desplazamiento que produce esta migración. Centrémonos, por ahora, en nuestro retrato diario de la ciudad.

Hay una revolución en varias colonias que enfatiza el conflicto entre complacer a las personas dolarizadas con salsas inofensivas a expensas de descobijar de la cultura milenaria de un taco picoso. La tensión se ha agudizado e incluso hay por ahí un índice de gentrificación basado en qué tanto se han suavizado las salsas en una colonia. Les falta barrio, se murmura mirando al trompo de pastor por encima del hombro. En contraparte, hay un movimiento que puja por traer de vuelta las salsas picantes, argumentando que su naturaleza no es otra que picar. Arder. Llamas, llamas, llamas, como dice el nuevo álbum del Belafonte Sensacional. La salsa como un islote de resistencia ante un colonialismo que vino a llevarse todas las canicas y quiere la experiencia completa de un taco pero con una salsa más decorativa que epifánica, transformadora.

De fondo en el paisaje monstruopolitano, las marchas. Claro que uno sabe que ahí están, que convierten un trayecto de por sí tardado en un trajín de horas. En la mayoría de los casos, a uno le puede el motivo principal de una manifestación aunque le complique el día, y aunque su eficacia como método de presión política pueda ponerse en duda, uno despierta y están ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Tantas que alguna vez a alguien se le ocurrió construir un manifestódromo. Y luego dicen que se fue Chava Flores y se nos acabó el ingenio. Tenemos tan internalizadas a las marchas que, tristemente, casi pasan desapercibidas. No logran su sentido mentado, su raison d'être, igual que las salsas que no pican.

Tienen que venir las personas visitantes a recordarnos que esto no pasa en todos lados. Que otras ciudades ven manifestaciones, claro, pero no con la frecuencia con las que se desenrollan en el DFMX.

No todo el tiempo se rompe récord en las manifestaciones. No todos los días la chilanguiza organiza el Thriller de Michael Jackson más tamaño caguama que ha visto el mundo, pero nuestras marchas suelen tener un estándar mínimo de paralizar un buen pedazo de la ciudad, que sería casi todo el municipio puesto en otro lado e incluso en estas tierras del Tepeyac sigue siendo bastante. Por eso los visitantes se sorprenden y toman fotos, como si fueran parte de una experiencia turística junto al Ángel. Y tanto que lo son para ellos. Quienes no sienten la furia de las madres buscadoras y las mujeres y su valentía inmortal, ni la navaja de la impunidad rasurándole la dignidad a generaciones enteras.

Y aunque probablemente mañana estarán en otro lado y no se enterarán en qué quedó el embrollo por el que marchaba tanta gente ayer, aunque comer tacos en un El Paisa de cualquier calle quede nada más como un recuerdo en su Instagram con dos tristes corazones digitales, sabrán que hay aquí una ciudad que se mueve cuando todo se paraliza. Que marcha un día sí y otro también. A la que no la duermen con cuentos de hadas ni le van a decir que no sirve de gran cosa manifestar que se está vivo en este preciso presente casi pretérito. Qué orgullo de urbe que se viste con su falda de serpientes y de marchas. Tú sabes de qué estoy hablando, como dice el Belafonte. Salud, todavía DF.

José Antonio Sánchez Cetina

@elpepesanchez

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