Ernesto Zedillo recién ha escrito y declarado ideas sobre el actual desmantelamiento de la democracia mexicana.
La presidenta Claudia reaccionó con ira descalificando al expresidente y asegurando que fue el movimiento que ella representa (desde el PRD) el que generó la democratización del país.
Vayamos a los hechos y dejemos de lado el discurso demagógico y fantasioso de Morena, tan alejado de la realidad.
Tras el fraude de 1988 (operado por el hoy destacado obradorista Manuel Bartlett) que quizá arrebató el triunfo al iniciador del movimiento al que se incorporaron tanto AMLO como Sheinbaum, Salinas de Gortari, para legitimarse, tomó ciertas medidas en dirección democrática (como reconocer algunos triunfos de la oposición panista).
Y creó instituciones formalmente democráticas (como el INE y la CNDH), aunque en realidad eran todavía simbólicas, pues el PRI las controlaba.
Tras la crisis política y económica de 1994, el nuevo presidente, Zedillo, comprendió que de no abrirse a la democracia de manera real, el país podría enfrentar en 2000 una crisis más severa que la de ’94.
Por otro lado, ayudó para tomar la decisión de abrir la democracia, él que era un funcionario común, no un político invadido de ambición política ni tampoco un priista fanático, por lo que no le costó mucho trabajo generar elecciones democráticas y aceptar sus resultados (como en 1997, cuando el PRI perdió la capital de la República y la mayoría absoluta en el Congreso).
Eso, tras la decisiva reforma de 1996 que cambió el régimen político (y AMLO celebró). De ahí que algunos observadores hayamos concluido que, en caso de darse un triunfo opositor en 2000 (cosa que además era muy probable a partir de distintas variables), él la aceptaría (cosa que muchos no lo creían, incluyendo a Fox y su equipo todavía a dos días de la elección).
Y justo al darse el triunfo opositor y el reconocimiento por Zedillo de ese resultado, se dio la primera alternancia pacífica de nuestra historia (las anteriores siempre estuvieron antecedidas de eventos violentos, fueran un golpe de Estado, guerra civil o revolución).
No es poca cosa dada nuestra historia. Un cambio de régimen político. Y dado que el régimen económico también dio un giro enorme con Miguel de la Madrid, se puede decir que esa fue la cuarta transformación de México.
Que no se le haya llamado así no significa que no haya ocurrido. Como las otras tres transformaciones históricas, la cuarta no resolvió todos los problemas, pero sí aportó avances, sobre todo en materia política (división de poderes, contrapesos, vigilancia autónoma sobre el gobierno, elecciones eficaces y la consecuente posibilidad real de alternancias pacíficas de gobernadores y la Presidencia).
Aunque la presidenta lo niegue, Zedillo —sin ser perfecto— sí abrió la puerta a la democratización del país, con el apoyo de las oposiciones (PAN y PRD) y de organizaciones cívicas. Al PRI no le quedó más que ceder.
En cambio, quienes —desde que López Obrador ocupó el gobierno capitalino— detectaron su esencia antidemocrática (hubo muchas señales) afirmaron que, de llegar al poder, haría un intento por concentrarlo y desmantelar la democracia, que evidentemente veía como un estorbo.
Es decir, más que una nueva transformación épica, lo que tenemos ahora es un grave retroceso. Paradójicamente, de haber ganado en 2006, no hubiera tenido la fuerza suficiente para destruir la democracia.
Pero con el respaldo social que obtuvo en 2018, sí pudo, poco a poco pero de manera clara, destruir la democracia para dar paso a un nuevo autoritarismo, mezcla de lo peor del antiguo PRI hegemónico y de las autocracias bolivarianas. Más que la 4ª transformación histórica, es una regresión región 4.
Analista. @JACrespo1