Desde su larga campaña, López Obrador responsabilizó la violencia e inseguridad — con miles de muertes y desapariciones— al modelo neoliberal.
Cierto que el problema del crimen organizado derivado del narcotráfico se salió de cauce desde 2007, pero ello respondió a múltiples variables, como el relajamiento de los controles federales sobre los políticos locales, el sellamiento de Florida durante el gobierno de Bill Clinton, los cambios en los mercados de drogas norteamericano y mexicano, la mayor presencia de los cárteles colombianos en México, o incluso las medidas poco planeadas y muy precipitadas de Felipe Calderón a un mes de llegar al gobierno.
Pero la tesis de AMLO era que nada de ello hubiera ocurrido si no se hubiera sustituido la antigua política económica por el neoliberalismo:
“Un distintivo del periodo neoliberal o neoporfirista ha sido la marginación y el ninguneo de la juventud. Por la falta de oportunidades para las nuevas generaciones se han producido frustración, odios y resentimientos que atizan la violencia que padecemos”.
Y agregaba: “No debemos pasar por alto que por culpa de la actual política económica —es decir, por el abandono de las actividades productivas y del campo— la falta de empleos y la desatención a los jóvenes, se desataron la inseguridad y la violencia que han causado miles de muertes en nuestro país”.
La solución: “Mi compromiso (en 2012) fue que ya no habría guerra ni más muertos, se respetarían los derechos humanos y se atendería a deudos y familiares de víctimas. Todo ello lo lograríamos dando oportunidades a todos, evitando la frustración que lleva a estallidos de odio y resentimiento”.
El problema de un diagnóstico tan simplista es que el remedio que planteó AMLO fue también simple; generar empleo, educación y más oportunidades para los jóvenes.
Jóvenes que en automático se alejarían de los cárteles del crimen, quedando éstos en total abandono por falta de mano de obra, sicarios y operadores (mismos que no se podrían hallar ya en el mercado laboral pese a los generosos ingresos ofrecidos por la redituable industria criminal).
También ofreció convencer a los capos de volverse agricultores (tractores por armas).
Y propuso elevar el pago de los campesinos por productos como el frijol y el maíz, para desincentivarlos de cultivar amapola o mariguana (pero incluso los agricultores legales fueron víctimas de extorsión).
Entre las propuestas concretas para enfrentar esta crisis, estuvieron:
A) “Priorizar la inteligencia por sobre la fuerza, y actuar con coordinación y perseverancia”.
B) “Combatir y erradicar la corrupción en todas las instancias gubernamentales”.
C) “Debe impedirse por todos los medios la asociación entre delincuencia y autoridad”.
D) "El Ejército no puede limitarse a la defensa nacional, sino debe agregársele el objetivo de la seguridad pública interior, de manera permanente".
Y desde luego, buscar una reconciliación nacional: "Hay que llamar a todo el pueblo de México a que no haya enfrentamientos entre hermanos... Esta estrategia del uso de la fuerza... lo que hace es agravar las cosas y producir más sufrimiento".
Es evidente que nada de eso sirvió, aunque los feligreses de Morena sostienen que sí.
Claudia pide ya dejar en paz a López Obrador ante el fracaso de su estrategia de seguridad, pero ni él ni ella dejan en paz a Calderón.
Y no que haya sido un éxito la estrategia de Calderón, sino que él es sólo responsable de lo que hizo su gobierno, no del de López Obrador.
Finalmente, una propuesta más era que los presidentes norteamericanos convencieran a sus ciudadanos de ya no consumir drogas; sin demanda no habría oferta. Fácil.
Claudia está cambiando la estrategia obradorista —así sea por presión de EU—, con lo que reconoce implícitamente —pero sin decirlo— que la de AMLO fue un desastre.
Analista. @JACrespo1