El nuevo libro de María Amparo Casar, "Los puntos sobre las íes", provocó un arranque de furia de López Obrador (que de cualquier manera son normales en él).
Pero este parece haberle pegado con más fuerza, pues revela con datos, documentos y testimonios el lodazal que ha sido este gobierno, y que involucra a muchos cercanos al Presidente.
Justo lo contrario de lo que él prometió. Habrá que ir divulgando por otros medios, más allá del libro mismo, muchos de sus hallazgos para que más gente puede evaluar el gobierno que está terminando (aunque no es nuevo que ha habido mucha corrupción, nepotismo, impunidad y tráfico de influencias).
Una de ellas que ha circulado, es cómo el presidente de Conapred obligaba a las gasolineras a dar una cantidad mensual de dinero, que era utilizado para el movimiento, propaganda, encuestas (y no dudaría que para el bolsillo de algunos funcionarios).
Hay varios testigos que se negaron a pagar la extorsión (que en estricto sentido podemos llamarle ya “derecho de piso”) y los acusaron de ilícitos falsos en las mañaneras. Pero en realidad no me sorprende.
Antes de la elección me parecía que la corrupción que AMLO ofrecía “erradicar”, seguiría más o menos igual (aunque todo indica que resultó peor).
Y eso, porque AMLO no me pareció honesto desde hace mucho, y porque sus políticas anticorrupción estaban basadas en muchas fantasías (premisas falsas).
Decía AMLO: “La erradicación de la corrupción depende principalmente de que en esa tarea se involucre la voluntad política y la capacidad de decisión del titular del Ejecutivo y de la autoridad moral de los gobernantes… Si hubiese decisión para aprovechar las bondades de esta virtud, sólo sería cosa de exaltarla, de cultivarla entre todos, de hacerla voluntad colectiva y, en consecuencia, volverla gobierno. Solo es cosa de darle su lugar, de ponerla en el centro del debate público y de aplicarla como principio básico para la regeneración nacional.
"Los gobernantes contarán con autoridad moral para exigir a todos un recto proceder y nadie tendrá privilegios”. Un bonito cuento de hadas.
A lo que comenté entonces: “¿La honestidad del presidente se traduce en automático en la honestidad de secretarios, gobernadores y legisladores? Suena más a religión que a política (¿AMLO presidente? 2017).
Agregaba AMLO que dicho reino de la honestidad sería posible porque los funcionarios “serán mujeres y hombres de inobjetable honestidad, nadie que tenga antecedentes de enriquecimiento ilícito podrá participar en la función pública”. Lo que hemos visto en este gobierno es justo lo contrario.
Pero por otro lado viene su intolerancia a la crítica, su soberbia, ruindad y sentido de venganza. A unos meses de iniciado su gobierno, escribí lo que sobre ello ya se preveía (AMLO en la balanza, 2020). “El otro lado de la prédica moral es la de condenar con dedo flamígero a quienes se le oponen en algún tema a partir de acusaciones sobre su moralidad pública, bajo valores personales que rebasan el marco legal".
“Lo suficiente para generar animadversión pública y justificar el debilitamiento, la sumisión o la desaparición de la institución en cuestión. Es algo también típico del populismo”.
Agregaba yo: “Todo crítico, por la razón que sea, en automático se constituye como parte y defensor del neoliberalismo aunque no lo haya sido, pero cuestionar a AMLO implica pertenecer a los enemigos del pueblo y del país, defensores de los privilegios, o bien corruptos, o incluso quienes trajeron en su momento a Maximiliano”.
Y venía después el tema de la doble moral de AMLO y sus seguidores. "Se basa en aplicar distintos criterios de evaluación a los opositores y rivales respecto de las que se aplican a sí mismos, al partido o al propio líder. En términos generales el axioma es: ‘Lo que era condenable en los rivales, se justifica perfectamente en AMLO y Morena”.
Lo que hemos visto estos años era pues previsible, y ahora lo confirmamos con un máximo de ruindad en el caso de Amparo Casar.