Cuando los hoy obradoristas estuvieron en el PRD (aunque gran cantidad seguía en el PRI haciendo de las suyas), contribuyeron a la creación del mejor intento de democratización que hemos tenido en nuestra historia, en conjunción con el entonces presidente Ernesto Zedillo.

La crucial reforma electoral de 1996, que dio el paso decisivo de un régimen de partido de Estado a otro plural y abierto, lo celebraron con gran entusiasmo (incluyendo al entonces presidente de ese partido, López Obrador).

Se dio la primera alternancia pacífica en el año 2000, pero los gobiernos panistas resultantes dejaron mucho que desear, y el de Peña Nieto, incurrió en soberbia, descuido de la ciudadanía y gran corrupción.

Eso le abrió a AMLO la puerta a la Presidencia en 2018, con un gran apoyo ciudadano (por el hartazgo con los partidos tradicionales que seguían sin cumplimentar uno de los principales objetivos de la democracia: la rendición de cuentas).

Y muchos ciudadanos creyeron que AMLO sí haría todo lo que el PAN y el PRI habían dejado pendiente en diversos temas.

Ahora que Zedillo denunció la demolición de la democracia por parte de Morena, éste contesta, en primer lugar, que lo que tuvimos entre 1996 y 2018, fue una mera simulación.

Aquí las preguntas que les haríamos a los obradoristas son: ¿fue simulación la alternancia en numerosos gobiernos estatales, desde 1989, tras 60 años en que los monopolizó el PRI?

¿Lo fue la creación del IFE que entre 1994 y 1996 adquirió plena autonomía? ¿Lo fue que elecciones equitativas dieran lugar a la pérdida de la capital por parte del PRI y de su mayoría absoluta en 1997, dejando de ser un partido hegemónico de Estado?

¿Lo fue la división real de poder entre Ejecutivo y Legislativo, al grado en que varios presidentes, desde Zedillo, no pudieron sacar adelante diversas reformas importantes (y Peña, que sacó varias, lo hizo negociando con la oposición)?

¿Lo fue la creación de instituciones autónomas que fueron cobrando fuerza y ejercieron una eficaz vigilancia y contrapeso al gobierno? ¿Y que la Suprema Corte no aprobara en automático toda ley del partido gobernante, como ocurría con el PRI hegemónico?

¿Lo fue la apertura creciente a la libertad de crítica y expresión? Y la pregunta inevitable es, ¿qué entiende entonces Morena por democracia?

La respuesta está, en primer lugar, en los documentos del Foro de Sao Paulo, en donde se estipula que:

“El poder popular se expresa como el control del poder político del Estado, por un bloque histórico de fuerzas populares, que tengan un programa que se proponga las transformaciones estructurales que emanan del estudio de la realidad en cada país […] Aparece como una propuesta y una experiencia en marcha, encaminada a superar la democracia liberal burguesa, punto de partida de nuestras transformaciones”.

Es decir, su idea de la democracia —a la que llaman “popular”— es la concentración del poder en un caudillo que “ya no se pertenece”, sino al pueblo, en cuyo nombre toma decisiones personales y verticales. Es decir, una adaptación del modelo político del añejo marxismo.

Y por ello AMLO llamó a Cuba un modelo progresista a seguir, y condecoró a su dictador, y lo financia indirectamente, y le regala petróleo. Y ahora que firmó un pacto con el Partido Comunista, los morenistas dicen que Cuba es una democracia, pues ahí hay elecciones.

Vaya falacia. ¿La Unión Soviética era democracia por tener elecciones de partido único? ¿Lo era el Porfiriato, donde también había elecciones, o el régimen priista que tanto critican pero que han revivido, en que había elecciones también (aunque fraudulentas como la de 1988 a manos del adalid obradorista Bartlett), o Venezuela?

Pues para los obradoristas, sí lo son o lo fueron. Buen discurso para presentar su nuevo autoritarismo como genuinamente democrático (que contrasta con la “simulación” que tuvimos por dos décadas desde 1996).

Analista. @JACrespo1

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