Antes del 10 de enero se generaron grandes expectativas de que la movilización ciudadana convocada por María Corina Machado, más la presencia física de Edmundo González en Venezuela para tomar posesión como presidente legal y legítimo, podría provocar ya la caída del dictador Nicolás Maduro.
Yo pensaba que eso no bastaría para tirar al tirano, pues cuenta aún con el respaldo del Ejército, si bien se habló de la deserción y el descontento de algunos, pero difícilmente los suficientes para derrocar a Maduro, y en todo caso implicaría una confrontación violenta con el Ejército real, que tampoco se desea.
Maduro contó con el respaldo de los gobiernos dictatoriales del continente (Cuba, Nicaragua y la neodictadura en formación de México, además de otros que aspiran a serlo, como Brasil y Colombia).
Pero no el resto, e incluso hubo al menos dos democracias de izquierda que condenaron a Maduro como ilegítimo y golpista.
Lamentablemente, una ley comprobada por la historia es que las democracias son relativamente fáciles de derrumbar, sobre todo en sus primeras fases, mientras que las dictaduras son muy difíciles de ser removidas.
Se requiere una revolución o una guerra civil, difícil de organizar y con elevados costos para el país en cuestión, o bien que los militares, al ver que el gobierno ha perdido legitimidad o ha violado las leyes, le dé la espalda al autócrata (como ocurrió con Evo Morales y con Pedro Castillo en Perú).
Pero por varias razones, el grueso de la milicia venezolana ha sido fiel a Chávez y ahora a Maduro. Y de ahí la dificultad de tirar esa dictadura por vía pacífica (y menos por vía de las urnas).
La razón del respaldo de Claudia al dictador golpista es porque pertenecen al mismo grupo de autocracias bolivarianas que prometieron ayudarse mutuamente, pero ella recurrió a la vieja maroma de cumplir con la Constitución Mexicana, cuyo artículo 89 habla del respeto a la “soberanía de los pueblos”.
Sí, pero la de los pueblos, no la de sus gobiernos y menos la de sus dictadores. No sería raro que Claudia mande cambiar ese artículo y diga que deben respetarse las decisiones de gobernantes y dictadores de otros países, siempre y cuando sean aliados.
Pero hizo caso omiso de otra parte de ese mismo artículo que obliga a nuestros gobiernos al “respeto, la protección y la promisión de los derechos humanos” en otros países.
Al avalar a Maduro, nuestra predictadora se hizo cómplice de los numerosos atentados a los derechos humanos del pueblo venezolano. Pero sabemos que al obradorismo la ley le tiene sin cuidado.
El caso es que, en efecto, no bastó la movilización venezolana ni el liderazgo presente de Corina Machado para tirar a Maduro. Edmundo González, que no pudo entrar a Venezuela (ante la amenaza de tirar el avión en que iba), señaló sin embargo que pronto la dictadura caerá, pues hay una estrategia diseñada entre varios países democráticos que permitirán derrocar al dictador.
En efecto, ese tipo de autocracias pueden ser removidas por una intensa intervención internacional (económica, legal o incluso militar).
Por su parte, Donald Trump dio su respaldo al pueblo venezolano, señalando igualmente que se tomarán medidas para acabar con la dictadura venezolana, e instó a los militares venezolanos a tomar partido por la democracia (sugiriendo que de hacerlo, no habrá represalias para ello), pero si mantienen su lealtad al dictador, tendrán que pagar las consecuencias.
Las preguntas que flotan son: ¿cuándo se darán tales acciones, si es que se cumplen?, ¿qué medidas tomarán para ello? En caso de cumplir esa promesa, ¿estarán Trump y otros países dispuestos a recurrir a la fuerza armada? Se habló también de tomar acciones contra Cuba y Nicaragua.
Menos mal que México aún no está en esa lista, pero para allá vamos, si bien es posible de que algunos imponderables (internos o externos) eviten que lleguemos al fondo de las “utopías bolivarianas” que igualmente nos prometió el prodictatorial López Obrador y su sucesora, aún sometida.
Analista. @JACrespo1