En "Rebelión en la granja", George Orwell retrata el destino trágico de una revolución traicionada por sus propios líderes. Los animales, hartos de los abusos del granjero y de los humanos en general, se rebelan soñando con igualdad y justicia. Pero pronto, los cerdos que lideraron la revuelta se transforman en una nueva clase dominante: más corrupta, más opresiva, más mentirosa. Al final, los demás animales ya no pueden distinguir entre los cerdos y los humanos. Hoy, México vive su propia granja orwelliana: la mal llamada Cuarta Transformación, que prometió moralidad, justicia y democracia, ha degenerado en una maquinaria de poder que no solo repite los vicios del viejo régimen, sino que los perfecciona.

Según el obradorismo, la elección del Poder Judicial sería el gran acto de empoderamiento ciudadano. Morena la vendió como una conquista popular: el pueblo eligiendo directamente a quienes imparten justicia. En la práctica, ha sido una farsa orquestada desde el poder. Los perfiles de los aspirantes, seleccionados convenientemente por comités evaluadores militantes, hablan por sí solos: candidatos impresentables, operadores políticos sin experiencia jurídica, abogados con vínculos criminales o nexos con sectas religiosas; es decir, personajes que comprometen gravemente la independencia judicial. La mayoría llega ahí no por méritos, sino por lealtades e intereses.

Y cuando no bastaron los perfiles a modo, llegaron los “acordeones”: esas listas repartidas masivamente para orientar el voto a favor de los candidatos oficialistas. Un burdo instrumento de manipulación electoral, incluso descalificado por el INE. A esto se suman denuncias de acarreo, compra de votos, uso de oficinas públicas como casas de campaña y presión sobre empleados del gobierno. Todo esto ha sido documentado por asociaciones civiles, por partidos de oposición y por ciudadanos que observan con alarma cómo se dinamita el Estado de derecho en México.

Como los cerdos de Orwell, los líderes de Morena han manipulado el lenguaje, los símbolos y la memoria colectiva. Lo que era una promesa de autonomía hoy es subordinación; lo que era democracia, ahora es simulación. La concentración de poder es total. El Congreso obedece, el Ejecutivo impone y el Poder Judicial se convierte en una simple oficina más al servicio del grupo político en el poder.

A todo esto se suma la incertidumbre económica: empresas nacionales y extranjeras ya están previendo mecanismos para resolver conflictos fuera del sistema legal mexicano. Los inversionistas se alejan del país y entienden perfectamente lo que está en juego: sin justicia independiente, no hay Estado confiable.

En "Rebelión en la granja", el último mandamiento que queda escrito en el muro dice: “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”. En México, ese mandamiento ya lo han hecho ley: todos los ciudadanos pueden votar, sí, pero los resultados ya están escritos. Lo que debía ser una revolución de conciencias terminó en una brutal tiranía. Lo que prometía justicia terminó en captura. Lo que decían transformar, lo destruyeron.

Y como en la granja de Orwell, hoy los mexicanos miramos por la ventana y ya no vemos esperanza, sino el reflejo de una farsa vestida de democracia. Los nuevos cerdos no solo se parecen a los antiguos opresores: los superan en cinismo, en ambición y en abuso.

Todo fue un engaño. La justicia no se elige: se asigna. El pueblo no manda: obedece. Y el poder, una vez más, se sirve de los votos para perpetuar su impunidad.

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