La pausa en la aplicación de aranceles estadounidenses dio un respiro, aunque también prolongó la agonía y creó oportunidades para que Trump continúe extrayendo concesiones de México. La amenaza de aranceles sigue vigente, como mostró la orden sobre acero y aluminio, mientras persiste la acusación de la Casa Blanca sobre una “alianza” entre el gobierno de México y el narcotráfico. La 4T, envuelta en la bandera, ha exigido unidad para enfrentar ambos golpes, pero es necesario distinguirlos.

La eventual imposición de aranceles a México es injustificada, absurda y viola el T-MEC. Se podrá estar de acuerdo o no con la estrategia de respuesta, pero hay muy pocos en México que celebren la embestida comercial. El problema no es la falta de unidad, que la hay, sino otro. Lamentablemente, las condiciones para enfrentar esta bomba naranja no son las mejores. Hay señales de vulnerabilidad económica, incluyendo un riesgo real de recesión. Una serie de decisiones políticas han contribuido a ahuyentar la inversión, tanto nacional como extranjera. La impunidad en el comportamiento de algunos actores políticos y la acumulación de denuncias de corrupción gubernamental y de conflictos de interés han generado desconfianza en el Estado de derecho y la justicia. Por si fuera poco, seis años de una política exterior fallida han dejado a México aislado del mundo. Históricamente, la relación con EU ha sido asimétrica pero hoy lo es más. Las herramientas al alcance son limitadas y la capacidad de resistencia ante el energúmeno estadounidense, reducida. Todo parece indicar que habrá más concesiones.

En contraste, la acusación de una “alianza” con el narcotráfico no es contra México sino contra su gobierno. Explícitamente. Y no se da en el vacío. Abundan testimonios, videos y fotografías. La violencia está fuera de control; amplias zonas del país bajo el dominio de la delincuencia; miles sometidos a la extorsión; varios gobernadores y decenas de alcaldes y síndicos bajo sospecha; policías locales y estatales infiltradas; evidencias creíbles de participación del crimen organizado en las elecciones; declaraciones inexplicables en “la mañanera” y constantes visitas a Badiraguato. En pocas palabras, “abrazos, no balazos”.

Lo que ha hecho la Casa Blanca es dar credibilidad a lo que muchos, con o sin razón, sospechaban. Se entiende entonces que parte importante de la sociedad se resista a dar un cheque en blanco al gobierno. No se sienten aludidos por la acusación de una “alianza” con el narcotráfico. Ello no los hace ni menos mexicanos ni traidores de la patria: una cosa es hacer frente común contra los aranceles y otra muy distinta es salir en defensa de acciones y omisiones que han resultado comprometedoras, en el mejor de los casos por negligencia, en el peor por colusión.

López Obrador llegó a un arreglo con Trump: contención de flujos migratorios a cualquier costo a cambio de mirar hacia otro lado en todo lo demás. Tras años de transgresiones, chantajes e impertinencias mexicanas, el quid pro quo ya no alcanza. De tanto estirar, la liga se ha roto. Más temprano que tarde, la presidenta Sheinbaum se verá obligada a elegir. Si decide poner al país por delante, tendrá que, por lo menos, deslindarse de aquellos políticos, ya sea de su partido o de otros, que están vinculados con el crimen organizado.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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