Dos personajes. Uno es frío, calculador, cruel, hasta sanguinario. Un gran manipulador. El otro es frívolo y fatuo, hambriento de atención, aprobación y reconocimiento. Carece de ideas propias, pero es un gran vendedor. Son la pareja ideal. Al primero nadie le aceptaría un plan de paz. Al segundo sí. Por ello, el primero sembró el proyecto en el equipo del segundo. No tiene problemas con que el otro se lleve el crédito de la idea, siempre y cuando se implemente. El segundo está feliz con vender el plan como propio. Ayuda —y mucho— estar desesperado por el Premio Nobel de la Paz y enormemente halagado con encabezar lo que sea, aunque sea nominalmente. Tampoco viene mal que líderes occidentales estén ansiosos por acabar con las marchas y dispuestos a aceptar lo que sea con tal de que acabe la violencia. Paz a cualquier precio.

Como era de esperarse, el plan de paz para Gaza fue presentado por Trump como si fuera suyo. No lo es. Tampoco es resultado de un proceso multilateral ni de amplias consultas. Fue redactado en Jerusalem y plantado en Washington. Recoge prácticamente todos los deseos de Netanyahu y hace un guiño al narcisismo y la avaricia de Trump. Es terriblemente escaso en detalles sobre asuntos de importancia. No hay plazos ni métodos, tampoco garantías ni mecanismos de verificación de cumplimiento de los compromisos que asumiría Israel. Tristemente, la solución de dos Estados aparece de manera tan forzada como inviable. Netanyahu sería el verdadero poder tras el trono. El premier israelí gobernaría Gaza en los hechos y dejaría a Trump a cargo de los grandes negocios. Aunque algunos de los puntos más contenciosos podrían resolverse y las indefiniciones aclararse en las conversaciones entre Israel, Hamás y países árabes, lo que se discute es el establecimiento de un protectorado al margen de la ONU.

De lograrse, la paz no sería resultado de una negociación entre las partes sino de la amenaza de aniquilación, como dejó en claro Netanyahu cuando anunció que “Israel terminaría el trabajo”. Aunque cualquier cosa podría pasar, la extorsión, el uso o amenaza del uso de la fuerza no son métodos compatibles con los principios y valores del Premio Nobel de la Paz. Los gazatíes contienen la respiración con la esperanza de que la violencia termine, pese a que continuarán pagando un precio altísimo. En contraste, Hamás sería uno de los beneficiarios, como resultado de una amnistía. Irónicamente, no tendrían que rendir cuentas. ¿Tampoco Netanyahu? La respuesta de Israel a los repulsivos ataques terroristas de hace dos años ha sido abrumadoramente desproporcionada. La acumulación de acciones del ejército israelí y declaraciones del propio premier podrían constituir evidencia de que el gobierno israelí ha cometido actos con la intención de eliminar, total o parcialmente, a los gazatíes y que la intención ha sido específica, lo que constituye un elemento clave para distinguir el genocidio de otros crímenes. ¿Habrá justicia? A los que todavía creemos en el sistema multilateral nos quedan muchas preguntas: ¿qué pasaría con las órdenes de aprehensión por crímenes de guerra emitidas contra Netanyahu y otros por la Corte Penal Internacional?, ¿qué haría la Corte Internacional de Justicia con la demanda de Sudáfrica contra Israel por violaciones a la Convención contra el Genocidio? y la más importante, ¿sería una paz firme y duradera?

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos @amb_lomonaco

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