Aranceles van y vienen. Unos suben, otros bajan. Ha habido exenciones, excepciones y pausas. Las reglas que EU impone al mundo cambian constantemente, parecen improvisadas y caprichosas. En México, nadie sabe qué pasará. Tampoco en el resto del planeta o en el entorno de Trump. Es posible que él mismo no tenga idea.

Trump tiene una fijación, nostálgica y enfermiza, con los aranceles. Está convencido de que son una varita mágica para resolver todos los problemas, reales o imaginarios, de EU. Pero, más allá de la retórica, no queda claro qué es lo que quiere. Unos afirman que se trata de reducir deuda y déficits estadounidenses, al tiempo de recuperar los tiempos gloriosos de la industrialización, abandonando la subrogación de las manufacturas y una pujante economía de servicios. Otros consideran que es una poderosa herramienta de extorsión. Para lo primero, tendrían que ser permanentes. Para lo segundo, temporales. No se puede ambas cosas, con todos, todo el tiempo. A menos que no sea ni una ni otra sino una tercera: un viaje del ego, que todos le “besen el culo”.

La reindustrialización de EU tiene varios problemas. Más allá de si es deseable para los propios estadounidenses, se trata de un objetivo de largo plazo. Las grandes empresas planean sus inversiones con años de anticipación. Una aceleración en el traslado de manufacturas a EU enfrentaría escasez de mano de obra y falta de apetito político para atraer migrantes. La automatización de procesos tomaría más tiempo. Más allá de anuncios rimbombantes o de simulaciones, las cuentas simplemente no dan.

Trump enfrenta ya muy malos resultados económicos, pérdida de popularidad y menos márgenes políticos. Todos hemos sido testigos de sus pestañeos y vacilaciones: pausas de un mes para México y Canadá, de 90 días para el mundo, de electrónicos para China. Estamos pendientes de su pulso con el gigante asiático que, de momento, parece ir ganando la paciencia oriental. Las extorsiones han funcionado en algunos casos pero, tarde o temprano, el mundo comenzará a tomarle la medida. Inevitablemente, tendrá rendimientos decrecientes, salvo quizás con unos pocos, incluido nuestro país.

Independientemente de lo que ocurra, ya se han producido efectos que no serán fáciles de revertir. Por un lado, los mercados han perdido confianza en la economía y el dólar estadounidenses como refugio en caso de volatilidad. Por el otro, los grandes empresarios, que detestan la incertidumbre, han congelado buena parte de sus planes de inversión. Contrario a su imagen de firmeza, la presidenta Sheinbaum ha hecho concesiones significativas a Trump y ahora parece incluso dispuesta a reducir el déficit comercial estadounidense con México. ¿Pero, cómo y a qué costo para exportadores y consumidores mexicanos? Peor aún, en lugar de hacer ajustes para enfrentar la nueva realidad, el gobierno ha seguido la ruta de reformas que ahuyentan a los mercados y comprometen el futuro del país, en el mejor de los casos con contracción en nuevas inversiones, nacionales y extranjeras; en el peor, con desinversión y fuga de capitales.

Una recesión parece inminente en muchas regiones del mundo. De su duración y profundidad dependen las alteraciones geopolíticas, la salud de muchos gobiernos y la viabilidad del mandato del presidente estadounidense. Mientras que en Hamlet encontramos un método en la locura, con Trump es locura en el método.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos @amb_lomonaco

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