El Premio Nobel de la Paz siempre ha estado sujeto a críticas, aunque no como en estos días. Muchos galardonados pasaron desapercibidos. Algunos decepcionaron, pero no más. Habían circulado acusaciones de politización y de sesgo pro-Occidental. Otros, como la UE y Obama, generaron mayor controversia. Pero lo que nunca había ocurrido es que los aspirantes hicieran campaña. Trump está obsesionado con el premio, en parte por la envidia enfermiza que le tiene a su antecesor. Con una mezcla de verdades a medias y mentiras descaradas anuncia a los cuatro vientos la solución de más de media docena de conflictos armados, algunos incluso inexistentes. Acompaña “tales hazañas" con una gestión inhumana contra migrantes, militarista en ciudades y estados gobernados por el Partido Demócrata, violenta contra Irán y civiles en el Caribe, amenazante lo mismo con rivales que aliados. El cambio de nombre del Departamento de Defensa por el de Guerra es la mejor metáfora de un comportamiento incompatible con el pacifismo.
Pese a su falta de méritos, la propaganda funcionó. Encuestas y apuestas, sobre todo en EU, daban posibilidades y hasta ventaja a la candidatura de Trump. Como si fuera una final del Mundial, el mundo entero esperó ansioso el anuncio del Comité Noruego del Nobel. Al machacar incesantemente, el presidente estadounidense generó un ambiente muy negativo en torno al anuncio del galardón de este año. Si el Comité cedía a las presiones traicionaría sus principios y perdería toda credibilidad. Si no lo hacía se arriesgaba a la furia y las represalias de Trump. Optaron por lo segundo con María Corina Machado, aclarando que otorgan el premio “únicamente a personas que muestran coraje e integridad”, probablemente en alusión al estadounidense.
Machado es, en efecto, una activista controvertida. Algunas de sus declaraciones públicas son cuestionables. Sus alianzas con fuerzas de extrema derecha, muy preocupantes. Su alineación con Trump, aunque pragmática, es criticable. Pero su valentía y compromiso con la democracia son incontrovertibles. El premio no se otorga por pronunciamientos sino por acciones concretas. El Nobel no es un reconocimiento a su ideología sino a su lucha contra la dictadura venezolana, porque para el Comité “la democracia constituye una condición esencial para una paz duradera”.
Las reverberaciones han sido ilustrativas. Machado dedicó el premio a Trump, quien ninguneó a la venezolana fingiendo desconocerla. El gesto de Machado y la aspiración a recibir el Nobel el año próximo atemperó la respuesta inicial del mandatario estadounidense. Para justificar el fracaso, la propaganda MAGA atacó incesantemente al Nobel y se cobijó en un tecnicismo: la nominación de Trump para 2025 fue posterior a la fecha límite. Como si la democracia fuera su patrimonio exclusivo, las izquierdas en América Latina y España mostraron el cobre. La presidenta Sheinbaum reaccionó con mezquindad, manipulando conceptos como soberanía y autodeterminación. Morena y sus propagandistas respondieron con furia para cobijar a Maduro, su aliado y protegido. El gobierno español ha guardado un penoso silencio, cortesía de Rodríguez Zapatero. Pablo Iglesias, acusado de ser beneficiario de contratos millonarios del régimen venezolano y muy cercano a la 4T, escribió que, en lugar de Machado, “podrían haber dado el galardón a Trump o Hitler”. No resulta fácil poner de acuerdo a Trump y Putin con Sheinbaum, Maduro, Petro y Podemos. El premio a María Corina desnudó a muchos: la democracia no es lo suyo.
Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos
@amb_lomonaco