Cada 26 de junio desde 1987, el mundo conmemora el Día Internacional contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas. Esta fecha, impulsada por la Organización de Naciones Unidas (ONU), nos recuerda que construir una sociedad libre de drogas no es solo una tarea de policías o aduanas. Mientras exista demanda, habrá oferta. Por eso, la prevención y la rehabilitación deben ocupar un lugar central en cualquier estrategia.

La ONU afirma que “la evidencia es clara: tenemos que invertir en prevención”. Y prevenir no solo significa evitar que alguien inicie el consumo, también lo es que quien desarrolló la enfermedad sea atendido de manera oportuna para que pueda recuperarse, evitar recaídas y reconstruir su vida.

Hoy sabemos que la adicción no es un defecto moral ni una debilidad de carácter. Es una enfermedad crónica y tratable –como lo establece la Sociedad Americana de Medicina de la Adicción– que implica interacciones complejas entre los circuitos cerebrales, la genética, el entorno y las experiencias de vida de cada persona, especialmente en la infancia y la adolescencia. Quienes desarrollan este padecimiento consumen sustancias o presentan conductas que se vuelven compulsivas y con frecuencia perduran, a pesar de las consecuencias negativas.

Durante décadas, se creyó que los hijos de personas con adicción repetían el patrón por simple imitación o falta de un ambiente sano. Pero la ciencia ha demostrado que en el origen de esta enfermedad, hay factores biológicos y emocionales mucho más complejos. El psiquiatra Marc Schuckit, por ejemplo, ha documentado desde los años 80 cómo la predisposición genética puede aumentar el riesgo, sobre todo en el caso del alcohol. Esa predisposición se manifiesta en rasgos como impulsividad o alta tolerancia al alcohol, que pueden pasar desapercibidos, pero elevan la vulnerabilidad. Si bien es cierto que sus investigaciones se centraron en el abuso del alcohol, por ser la sustancia psicoactiva (es decir, que altera la percepción de la realidad o del estado de ánimo al consumirla) de mayor abuso, hay otros autores que también confirman la influencia genética en el consumo de otras drogas.

Sin embargo, tener un padre o abuelo con historial de adicción no determina el destino de nadie. De hecho, muchas personas con riesgo genético nunca desarrollan la enfermedad. ¿Por qué? Porque la interacción del individuo con la persona puede modificar la expresión de los genes, lo que se denomina epigenética. Y es esta interrelación con el ambiente la que puede atenuar o incrementar el riesgo de adquirir una adicción al alcohol o a otras drogas, un dato esperanzador, ya que esto significa que es posible evitarlas a partir de factores de protección como son el desarrollo de una autoestima sana y habilidades para la vida, ambientes familiares cálidos y estilos de vida saludables.

Aquí entra un punto clave: la recuperación de una persona con adicción tiene un efecto preventivo en su familia. Como lo dijo Bill W., fundador de Alcohólicos Anónimos, en el capítulo “La familia después” del Libro Grande: “el niño que ve a sus padres practicar estos principios verá algo que vale más que el oro. Lo verá como algo que funciona. Su lección será permanente. Y cuando llegue el momento de beber, tal vez no tome. Y si lo hace, puede que nunca llegue a ser un alcohólico. Pero si lo llega a ser, es muy probable que el conocimiento que ha recibido lo salve."

Esta idea, nacida de la experiencia, ha sido confirmada por la evidencia. Distintos estudios muestran que los hijos de padres en recuperación crecen en ambientes más estables y estructurados, con menos violencia, además de que cuentan con modelos positivos de resolución de conflictos. A mayor tiempo de sobriedad, menor riesgo de que los hijos desarrollen un trastorno por consumo de sustancias en la adolescencia.,

Cuando hablamos de recuperación, no nos referimos a dejar de consumir alcohol o drogas; eso es solo el primer paso. Recuperarse es reconstruir la vida: reparar los daños causados, reconectar con la familia, encontrar un propósito y convertirse en una persona activa, respetuosa y útil para la sociedad.

No es un proceso fácil ni rápido. Se requiere motivación, apoyo profesional, tratamientos basados en evidencia y grupos de ayuda mutua, como Alcohólicos Anónimos. Tal como ocurre con otras enfermedades crónicas como la hipertensión o la diabetes, la recuperación debe ser continua para prevenir las recaídas.

Cada persona en recuperación se convierte en un agente de cambio y prevención. Su ejemplo inspira a otros, promueve la salud mental en su entorno y demuestra que sí se puede salir adelante. Además, puede ayudar a evitar que nuevas personas inicien el consumo o a que quienes ya lo hicieron, reciban atención a tiempo. Así la prevención y la recuperación van de la mano.

La ONU lo resume así en su mensaje para este 26 de junio: “Deben abordarse las causas profundas, invertir en prevención y crear sistemas sanitarios, educativos y sociales más sólidos.” Aunque el desafío es enorme, también lo es el potencial de transformación cuando una persona logra recuperarse. Por eso, necesitamos la colaboración de todos: familias, escuelas, gobiernos, medios y organizaciones civiles. Solo así podremos avanzar hacia una sociedad más sana, solidaria y libre de drogas.

Fundador del Centro de Estudios Superiores Monte Fénix

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