Las hermanas repúblicas latinoamericanas, como burlonamente se refería a ellas mi padre, han inventado a lo largo del tiempo una gran cantidad de instituciones e instancias inútiles. Pocas tan absurdas y redundantes como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, o CELAC. Fue creada en 2010, a raíz de una serie de maniobras y de rivalidades entre México y Brasil, principalmente, y de otra creación aberrante, de la misma época, la Unión de Naciones Sudamericanas, fundada en 2008, y hoy, felizmente, prácticamente desaparecida.

El antecedente es otra agrupación, el llamado Grupo de Río, surgido durante los años ochenta en apoyo a las iniciativas de paz para Centroamérica y a la democracia en América Latina. En 2008, no se le ocurrió nada más inteligente al entonces presidente de México, Felipe Calderón, y a su canciller, que invitar a la dictadura cubana a dicho grupo, distorsionando su vocación original. Cuando Lula y el argentino Néstor Kirchner inventan UNASUR, excluyendo a México, los mexicanos inventan la CELAC, con Brasil y Argentina y todos las demás hermanas repúblicas, incluyendo desde luego a la dictadura cubana, al régimen chavista de Venezuela, y a la  Nicaragua de Daniel Ortega, reelecto a la presidencia de ese desdichado país en 2007. Fue el apogeo del chavismo en América Latina.

En pocas palabras, la primera marea rosa de América Latina -Chávez, Lula, Kirchner, Evo Morales, Michelle Bachelet, Rafael Correa, el FMLN, el Frente Amplio- crean una nueva OEA, sin Estados Unidos y Canadá, sin sede, sin secretariado, sin recursos, pero “orgullosamente nuestra”. O si se prefiere, una nueva Cumbre Iberoamericana, sin los odiosos españoles y portugueses. Nada más ocioso, innecesario, y bananero.

Como no hay estructura, la presidencia de CELAC se rota entre sus miembros; en este momento, le toca presidir a Honduras. La folclórica mandataria hondureña, esposa del igualmente folclórico y sombrerudo hacendado Manuel Zelaya, decidió convocar a una reunión extraordinaria (no programada), este jueves 30 de enero, para tratar el diferendo entre Colombia y Trump sobre deportaciones. Parece ser que la cumbre se mantiene, aunque Petro, el colombiano, ya ha sido domado por Trump, y todos los demás países han recibido aviones militares norteamericanos con deportados de sus propias naciones, y de otros que no lo son. Tal vez se cancele, o sea exclusivamente híbrida.

Es el peor momento imaginable para una cumbre de jefes de Estado latinoamericanos. Los diferendos con Trump son innumerables: el canal de Panamá, la clasificación de cárteles de diversos países como organizaciones terroristas internacionales, las elecciones y la toma de posesión del dictador Maduro en Venezuela, las deportaciones a México, Guatemala, Colombia, Brasil, y varios países más, la inminente re-inclusión de Cuba en la lista de países que apoyan o apadrinan el terrorismo, los aranceles por venir (o no), a México y a varios países más de la región (el cobre chileno y peruano), más lo que se acumule. Todos los bolivarianos -Cuba, Venezuela, Nicaragua, Honduras, Bolivia y algunos del Caribe- buscarán envolverse en la bandera del libertador y aprobar resoluciones estridentes. Los países serios- México, Brasil, Costa Rica, Guatemala, República Dominicana, Uruguay y Chile tratarán de infundirle cierta sensatez y racionalidad a lo que podría transformarse en una verdadera cena de negros. No se ve cómo pueda salir bien.

Por esa razón, qué bueno que Claudia Sheinbaum no vaya a Tegucigalpa. Tampoco debe participar por Zoom; cuando mucho enviar a una de las subsecretarías pejistas de Relaciones. A muchos mexicanos de la clase política e intelectual les encanta la idea de la solidaridad latinoamericana, o lo que llamo el enfoque de Gloria Estefan de la política exterior: “Hablamos un mismo idioma.” Pero en realidad, si hay alguien con quien nos conviene asociarse para lidiar con Trump, es Canadá. Ningún país latinoamericano posee la multiplicidad, la complejidad y la rijosidad de nuestras relaciones con Estados Unidos. Como suelen decir los canadienses a propósito de nosotros: “No debemos contaminar nuestra relación con Washington con la de los latinoamericanos”.

Siempre pensé que uno de los peores errores de López Obrador consistió en su provincianismo, su tontería de que la mejor política exterior es una buena política interior, y que no viajara. No visitó ni Brasil, ni Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, India, China, Japón o Corea del Sur, pero fue a La Habana. Nadie nos visitó a nosotros salvo los hermanos repúblicos. Pero Sheinbaum hace bien en no ir ahora, en alejarse lo más posible de los líos latinoamericanos, y incluso en sugerir -si lo hiciera- que la cumbre debe cancelarse. Petro ya se dobló; para qué resucitar a un bravucón en terapia intensiva; con Trump tenemos.

Excanciller de México

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