Por fin hubo aranceles, y las consecuencias así como las alternativas para México son malas las unas y pocas las otras. Conviene reflexionar rápidamente sobre el acontecimiento propiamente, y si había como evitarlo. No parece ser el caso.

Una primera apreciación se refiere a las motivaciones de Trump. Es un error pensar que existe una razón primordial -el fentanilo, la migración, China- en su mente o dentro de su equipo que explica la imposición de aranceles. Son múltiples los motivos, y sucesivos los razonamientos. Un día es efectivamente el fentanilo, pero al día siguiente son los migrantes, mexicanos o procedentes de otros países. Un tercer día la argumentación descansa en la tesis (falsa) de que los aranceles generarán recursos fiscales que permitirán extender la reducción de impuestos de 2017 y respetar el techo de la deuda. Y luego al cuarto día, Trump invocará el déficit comercial de Estados Unidos con México -de 170 mil millones de dólares- y afirmará que equivale a un subsidio norteamericano a los mexicanos, y que no puede subsistir. Por último -por ahora- insistirá en que México le está haciendo el juego sucio a China al permitir inversiones e importaciones de ese país en el nuestro, y que ello constituye una gran deslealtad.

Estas son las explicaciones que ha esgrimido en días o semanas sucesivas, pero pueden surgir algunas nuevas o inusitadas. Por ejemplo: el secretario de Estado, Marco Rubio, anunció hace unos días que Washington cancelará las visas y visitas de funcionarios cubanos y de otras naciones que faciliten la presencia de médicos isleños en diversos países. O sea, le quitarían la visa a Zoé Robledo, y a muchos otros colaboradores de la 4T. Y si México no procede con cambiar su actitud, habrá un nuevo arancel, que obviamente no tendrá nada que ver con los semiesclavos cubanos, salvo en la cabeza de Trump en ese momento. Responder a uno de los argumentos del presidente estadounidense, aunque en algún momento en particular parezca como el más importante y ofensivo, solo le hace el juego. Ver cómo en estos días dijo que las empresas afectadas por los aranceles podrían resolver todo volviendo a Estados Unidos.

Segunda reflexión: no queda claro qué hubiera podido hacer Claudia Sheinbaum para evitar este desastre. Trudeau y ella siguieron caminos distintos en momentos diferentes. En México se burlaron del canadiense por ir a Mar-a-Lago, por enviar a sus ministros a Washington, por “quedabien”. Me recuerdan al papá de Pepito –“mira a ese pendejo con ese coche, con esa vieja, con esa casa”- y a Pepito –“yo quiero ser un pendejo, papá”: el partido de Trudeau, antes con veinte puntos de desventaja, ya se emparejó en las encuestas en vista de las elecciones canadienses de este año.

Sheinbaum se negó -o no pudo- visitar a Trump ni en Florida ni en Washington, sus colaboradores se tardaron semanas en presentarse, le replicó a Trump en tonterías -el Golfo de América- y fue prudente en temas de sustancia -fentanilo, etc- y el resultado fue idéntico. Primero la pausa de un mes, luego la imposición de aranceles generalizados de 25%. Por mi parte, hubiera corrido el riesgo de visitar al magnate en noviembre, para saber, a ciencia cierta, qué esperaba de México, pero reconozco que después del altercado con Zelensky, quizás no era una buena idea. Aunque las circunstancias, sobre todo la falta de animosidad personal de Trump con Sheinbaum, son muy diferentes. Asimismo, creo que Ildefonso Guajardo acierta cuando menciona que hubiera sido preferible esperar en ofrecer concesiones hasta saber lo que pedimos a cambio, y pedirlo explícitamente. Por ejemplo, comunicar claramente que los 29 narcos eran a cambio de la posposición indefinida de los aranceles; con aranceles, no hay narcos.

Tercera reflexión: México no tiene mucho para dónde hacerse. Los aranceles en represalia, que Sheinbaum podría o no anunciar el domingo, son, al igual que ella y Ebrard lo han explicado ad nauseam, un balazo en el pie. Solo perjudicarán al consumidor mexicano. La idea de imponerlos a bienes producidos por empresas ubicadas en distritos republicanos de Estados Unidos puede haber funcionado antes. Hoy, con Trump dominando a su partido como nadie en mucho tiempo, y a casi dos años de las próximas elecciones de medio periodo, se antojan inservibles.

Las otras alternativas son peores. Se encuentra disponible en teoría la opción de jugar la “carta migratoria”: abrir el grifo de los flujos de centroamericanos, venezolanos, cubanos, haitianos, etc, hacia Estados Unidos, al estilo de López Obrador en 2019 y sobre todo hacia finales de 2023. La medida revestiría una eficacia inmediata, pero equivaldría a una declaración de guerra… una guerra que vamos a perder. En los hechos, esta opción no existe. Tampoco contamos con la “carta china”, por tentadora que les parezca a muchos. Mandar a un alto funcionario a Beijing para negociar acuerdos de inversión y comercio, de nuevo, sería visto como una agresión virulenta por Trump, con represalias que no aguantaríamos. López Obrador deja al país en un estado de indefensión; Sheinbaum y todos nosotros pagamos los platos rotos.

Duren lo que duren los aranceles -un par de días, en una de esas, dos semanas o dos meses- lo único que hará cambiar de opinión a Trump serán los mercados y las encuestas. Mientras, no hay mucho que hacer. Salvo revisar lo que se hizo mal en los cuatro meses desde la elección de Trump a principios de noviembre, y poner en práctica un programa para ayudar a los exportadores mexicanos a sortear el vendaval. Quizás dejar caer el peso un poco, a pesar del riesgo inflacionario; tal vez ofrecer reducciones provisionales de impuestos y de tarifas energéticas para la industria automotriz y de electrónicos, y para los productores de berries, aguacates, cítricos, cerveza y tequila. Ah, y cantar el himno nacional con 25% más de decibeles el domingo.

Excanciller de México

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