En el mayo francés del 68, De Gaulle acusó a Daniel Cohn Bendit de ser el jefe de la conjura contra La France por ser judío alemán. Las movilizaciones salieron a gritar “Todos somos judíos alemanes”. Ahora la presidenta Sheinbaum acusa a los convocantes a la manifestación del 15 de noviembre de ser carroñeros que medran con el dolor; por ello justifica las vallas, porque es mejor ponerlas “a que haya un enfrentamiento que ponga en riesgo la vida de una persona”. Todos somos carroñeros.
Los patos les disparan a las escopetas. En París y en México también gritábamos, en 68, manifestación sin policía, manifestación sin violencia.
En su paranoia, la presidenta heredera del 68 considera necesario investigar las cuentas de los convocantes. Otra vez la burra al trigo: los derechos de manifestar están subordinados a defender al poder y proteger a la indefensa presidenta que es la voz del pueblo.
Gustavo Díaz Ordaz dijo que los estudiantes del 68 estábamos inspirados por filósofos de la destrucción, aludiendo a Marcuse, lo que le sopló su asesor Emilio Uranga, un triste caso de un integrante del Grupo Hiperión, formado entre otros por él mismo, Jorge Portilla, Luis Villoro, Ricardo Guerra, brillantes profesores de Filosofía y Letras de la UNAM. Ser intelectual no evita cometer estupideces o incluso convertirse en mercenario como Uranga, al que algunos atribuyen la autoría “narrativa” del Móndrigo, libelo de la DFS para difamar al movimiento del 68.
Sheinbaum se arroga la facultad de decidir cuáles manifestaciones son “legítimas” y cuáles deben sufrir el estado de sitio previo del centro histórico.
La vida está en otra parte, decía Kundera; más allá de la miopía de la Presidenta, de sus poderosos funcionarios, con vida de potentados a los que envidiaría Rockefeller, y de sus lambiscones, hay cientos de motivos para salir a la calle y repudiar al gobierno del segundo piso de la Cuarta Transformación.
Los agravios están por doquier: la ejecución del alcalde de Uruapan (a la que se debe sumar la del jovencito sicario de 17 años) provocó la ira de decenas de miles en Michoacán y todo el país, en gran medida bajo el liderazgo del Movimiento del Sombrero, uno de los convocantes a la manifestación del 15 de noviembre.
Ahora mismo hay manifestaciones de la CNTE en casi todo el país, por la abrogación de la Ley del ISSSTE hecha por Calderón, vigente durante el gobierno de AMLO y de Sheinbaum, eso que no son iguales. La presidenta reitera que no tiene por qué recibirlos. Hay plantones de médicos, paramédicos y familiares en el Hospital de Cancerología por falta de medicamentos y recursos, eso mismo demandan artistas y científicos contra los recortes presupuestales; las mujeres no cesan sus denuncias contra los feminicidios; las movilizaciones de agricultores son inmensas, en la UNAM está surgiendo un movimiento en defensa de la calidad de la educación, contra la violencia e incluso se comienza a discutir su democratización; el EZLN resiste el acoso de bandas paramilitares; crece el descontento por el encarecimiento de la vida y el crecimiento del desempleo en un marco general de una economía que no crece. Aunque AMLO y Claudia digan que se acabó el neoliberalismo.
No soy de la Generación Z, ni del Movimiento del Sombrero, pero nunca admitiré la condena de las manifestaciones que se hacen desde el poder, por ello y porque es hora de impedir la restauración de la dictadura perfecta, estoy con la manifestación del 15 de noviembre.
Los que se pasaron del lado del poder están en su derecho, pero no son dueños de la verdad.

