El insomnio es un placer y una tortura. El lugar común de los políticos: “Yo duermo a pierna suelta, no tengo cargos de conciencia”, es su coartada.

Yo sí tengo insomnio. Padezco la derrota. No haber asaltado el cielo me atormenta. Perdimos.

Cuando Pablo Neruda hablaba de los barbudos de la Sierra Maestra y decía “no tenían más armas que la aurora”, yo me lo creía. La historia vil y mezquina, lo desmintió, nos desmintió. Claro que tenían armas. Las utilizaron para aplastar a sus pueblos. Para intentar extender sus dominios a nombre de la libertad, la igualdad y la justicia. Encarcelaron a sus pueblos. Construyeron aparatos de dominación en todos los ámbitos de la vida. La política cancelando derechos. La económica erigiendo poderes insultantes para los desposeídos. La cultural, cancelando opciones ajenas a sus doctrinas. La planetaria, encerrando sus sociedades en la aldea. La isla paradisíaca inmune a la contaminación imperial. La hambruna para los jodidos a nombre de la equidad. La impunidad para los mafiosos protegidos para operar las peores inmundicias, si estas reportaban ganancias para el estado revolucionario. Todo a nombre de la Revolución. Cuando cayó el muro, me alegré. No escondo mi vanidad pequeñoburguesa de haber acertado en mis premoniciones. Se había caído un imperio de simulación. No calculé sus consecuencias. La historia se sustituyó por la desilusión. Los conservadores festinaron el fin de la historia. Se había terminado con la utopía. Ahora solo contaría la fría moral de la competencia. La rapiña era la divisa de los nuevos tiempos. Atrás quedaban las ilusiones de la igualdad, la fraternidad y la libertad.

En nuestra aldea había una deuda crónica: construir la democracia. Terminar con el Reino de la dictadura perfecta. Nada para el sueño del 68 de exigir lo imposible. Minucias ante la aspiración de acabar con la alienación y la explotación capitalista. Poco, muy poco, para resarcir los sacrificios de una generación que soñó con asaltar el cielo. Un gran salto adelante para cimentar las bases de una república de ciudadanos, libre de la operación estatista del ogro filantrópico. Miseria ante la disyuntiva: socialismo o barbarie. Insignificante para superar la miseria. Había que atreverse a enlodar las banderas libertarias a cambio de reformas burguesas. Apostar a lo viable. Guardar, por un rato, las aspiraciones libertarias a cambio de una escala democrática. Poco, casi nada, para las ensoñaciones libertarias. Mancharse con lo posible, postergando lo utópico.

En el inicio del segundo cuarto del siglo 21, renació la nostalgia por el estado. La restauración se convirtió en un animal de 2 cabezas. Los viejos credos estatistas renacieron y se adueñaron de la escena. El PRI se transfiguró en Morena. Todo para los caciques del México precarista. “Por el bien de todos, primero los pobres” es el lema de los círculos infernales del poder basado en la dádiva, la propina y la mordida, la ambición voraz se convirtió en divisa de la izquierda clientelar. No asaltamos al cielo. Brotaron a chorros, nuevas preguntas, nos quedamos sin respuestas, el camino largo, sinuoso, trágico y poblado de trampas y decepciones, sigue desafiándonos. No hay certidumbres, los dogmas y teorías se hicieron añicos. Territorio fértil para la impostura. Viejos soñadores trocaron sus esperanzas libertarias por el hueso, la casa de campo, la residencia en Coyoacán, se convirtieron en emblemas, sustituyendo los viejos códigos de lucha.

El triunfo transitorio de los redentores millonarios. De los simuladores no podrá ser eterno. Se volverán a abrir los surcos para que corra el fluido de la sangre de lucha, el fluido de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad y defensa del planeta.

@JoelOrtegaJuar

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.