A punto de comenzar un nuevo año seguimos sin poder salir del pantano. Tanto los de arriba, los que dominan, como los que los cargamos, no podemos romper el círculo vicioso, si nos movemos nos hundimos y si no también.
Todos los días son una calca del anterior, masacres ya sea por enfrentamientos entre bandas criminales o de éstas con las fuerzas militares o de una de las dos anteriores contra gente de la población; hallazgos sin fin de actos de corrupción multimillonaria, tanto de funcionarios de los diferentes niveles de gobierno, como de sus cómplices bajo disfraces diferentes: contratistas, concesionarios de obras públicas, líderes de partidos, de diputados, senadores o dirigentes de partido y familiares de AMLO.
Probablemente se trate de una percepción que solamente inquieta a los integrantes de una pequeña élite y a la inmensa mayoría le resulte totalmente indiferente.
Cada nuevo capítulo de las escenas que ocurren en el mundo de la partidocracia, creemos, algunos, que ahora sí estamos ante el principio del fin de un sistema político decadente.
Cada vez esas crisis, no se consuman, ni hay riesgos de poner en su lugar a los pillos, que debería ser la prisión para los delincuentes que medran con la representación disfrazada con ropas democráticas.
La impunidad es infinita.
Una parte de la partidocracia, supuestamente crítica e incluso opositora del obradorato, parece estar en la sala de espera para brincar a las filas oficiales, mediante la venta de votos o favores, que se negocian todo el tiempo en el bazar de la ignominia.
No hay la menor preocupación por la sanción de las acciones de más abyección y obscenidad realizadas en vivo y a todo color, en las “más altas tribunas de la nación”.
Podemos presenciar pleitos que considerábamos solamente posibles en los lavaderos de las vecindades más estereotipadas, por el cine de oro de Pedro Infante, en la Trilogía de Pepe El Toro o las geniales escenificadas por Tin Tán en El Rey del Barrio e incluso el cine de humor involuntario de Juan Orol y ninguno le pisará los talones a la impúdica clase política, que deambula por los pasillos de la corte de guaraches.
La simulación de república rebasa la figura de “república bananera”, acuñada en los años cincuenta para retratar a nuestros vecinos de Centroamérica.
No hay tal república, el pantano está poblado por una casta de simuladores totalmente desvergonzados, porque se saben impunes. Los recursos de carpa con tiples gordas bailando sin pudor alguno, se usan todos los días sin la menor posibilidad de recibir una sanción que los quite de ese escenario vulgar y obsceno, al contrario, mientras más soez sea más podrán comercializar sus apetencias sin freno por el güeso eterno.
Vivimos en el reino del Tlacuache Garizurieta, vivir fuera del presupuesto es vivir en el error.
Ese es el paradigma de la casta divina, con ropajes de redentora de los pobres.
La casta envilecida que nos convoca a resistir a Trump con las estrofas del himno nacional, al mismo tiempo que defiende orgullosa su cumplimiento de haber puesto al país como segundo patio donde opera el CBP ONE.
El desenfreno para sacar lana de donde sea, sin tocar a los capitales ni con el pétalo de una rosa, tiene muchos infonavits en la fila. Con la certidumbre de la inmovilidad total de los trabajadores prisioneros del charrismo de viejo y de nuevo tipo.
Al estilo soviético vamos a tener unas elecciones donde solo habrá que escoger la sopa que nos receten los cocineros de palacio.
Mientras tanto, qué tanto es tantito, suénele con fe al bailazo.
@JoelOrtegaJuar