Desde el primer día del inicio de las campañas presidenciales, ha quedado claro que “solo hay uno de dos caminos” para escoger y decidir en las urnas el 2 de junio: dar un golpe de timón para reorientar el rumbo del país con Xóchitl Gálvez a la cabeza, o la continuidad del proyecto obradorista representado por Claudia Sheinbaum.
No son interpretaciones sobre lo que cada una de ellas propone, sino lecturas directas de lo que ya han planteado.
Xóchitl, de la coalición opositora, ha sostenido valientemente que quiere “un México sin miedo”, un país mejor para todos, sin polarizaciones ni exclusiones, donde quepan la gran diversidad y pluralidad de nuestra sociedad.
La candidata oficialista, por su parte, toma “al pie de la letra” el dictado obradorista sobre las contrarreformas a implementar si es que gana.
Está claro que fueron ilusiones, buenos deseos o pretendidos consejos de quienes, hace apenas unas semanas, decían que Sheinbaum iba a imponer su propio sello y que empezaría a alejarse de López Obrador.
Nada de eso está sucediendo, ni sucederá. La “corcholata presidencial” es una mera marioneta de su jefe tabasqueño. Ella representa el continuismo de quien le falló al país y a la gente, de quien engañó a los que creyeron en un cambio de fondo con sentido positivo.
Xóchitl ha dejado claro que quiere un México en el que se combata a la delincuencia, en el que los criminales sean quienes tengan miedo y no las familias. Un país donde se respete el Estado de Derecho con paz y tranquilidad, con equilibrio de poderes; con un gobierno de coalición en el que se pelee de a deveras contra la corrupción, con un mejor sistema de salud en el que no falten medicamentos, donde se reinstale el Seguro Popular, con una educación de calidad, que regresen las Escuelas de Tiempo Completo, igualdad de las mujeres frente a los hombres, con Estancias Infantiles y recursos suficientes para los refugios de mujeres víctimas de la violencia.
Del otro lado, la candidata oficialista ofrece la concentración del poder en una sola persona, la autocracia como vemos con el actual presidente.
Se plantea desaparecer al INE, al INAI y todos los órganos autónomos, así como la eliminación de la pluralidad política con la propuesta de que ya no haya la representación proporcional en las Cámaras.
Es decir, más de todo lo que ha hundido al país en la desgracia y que nos está llevando al precipicio, a vivir en el infierno de la inseguridad.
No tengo duda de que las campañas se van a polarizar. La disputa ya es —desde ahora— entre dos proyectos de nación. No hay una tercera vía ni opción, sino esquirolaje de Movimiento Ciudadano a favor de Morena y, por ello, esos votos no se deben desperdiciar porque terminarían apoyando a López Obrador.
Tampoco tengo duda de que nos enfrentamos a una elección de Estado. AMLO quiere ganar a como dé lugar, cueste lo que cueste y no va a reconocer su derrota.
Por eso ha llegado al extremo de aliarse con el crimen organizado para hacer ganar a sus candidatos. El mote de “narco-presidente”, que tanto le molesta, se lo ha ganado a pulso.
Y, por ello mismo, la clave para enfrentar esas perversidades y ansias dictatoriales será la más amplia participación de la sociedad en los procesos electorales y en las urnas el 2 de junio.
Que no nos aplasten ni nos inmovilice el miedo, ni la intensa lluvia de encuestas que dan por ganadora a la Sheinbaum.
Ellos creen que con la utilización de los programas sociales para comprar votos será suficiente para derrotar a la oposición; pero si la gente —especialmente los jóvenes— salen a votar y lo hacen en contra de todo lo malo que hoy está sucediendo en México, tendremos garantizado que se respete la voluntad mayoritaria de las y los electores.
Es México el que está en juego. Es el futuro de nuestras familias, de nuestros derechos, libertades y bienestar para todo lo que se está decidiendo.
Xóchitl Gálvez es garantía de este cambio urgente e impostergable.