La obsesión por ganar las elecciones del 2024 rige los impulsos del quehacer presidencial y guía todos sus actos. López Obrador vive las 24 horas del día desplegándose para lograr el propósito de no perder la presidencia y la mayoría de los cargos el próximo año.

Desde que arribó al poder nacional en 2018, lo hizo convencido de que su proyecto de gobierno sería de varios sexenios y que, habiendo peleado tanto para llegar al cargo “donde se decide todo”, de ninguna manera ha pasado por su cabeza que, en 6 años, el voto mayoritario de la gente lo mande a su rancho chiapaneco.

Así fue concebido su “proyecto de transformación”. Confiaba en que entre el 2018 y 2024, quedarían sentadas sólidamente las bases para que los siguientes gobiernos lo fueran consolidando, como también confiaba en que, en las elecciones del 2021 mantendrían la mayoría calificada para modificar la Constitución a su modo y terminar la obra de destrucción de las "estructuras neoliberales”, entre ellas el INE, Tribunal Electoral, INAI y todos los órganos autónomos, como estableció en su Plan Nacional de Desarrollo.

Pero perdieron esa mayoría calificada en la Cámara de Diputados ante la Coalición “Va por México”. No obstante, AMLO no cesó en su estrategia de golpear sistemáticamente a todos sus opositores: partidos políticos, Poder Judicial, órganos electorales, medios de comunicación y periodistas críticos, empresarios, organizaciones de la sociedad civil y todos los que no se alinearan con él.

Por fortuna para la vida democrática del país, no lo ha logrado. De cualquier forma, apostó a que, con su estrategia de mentir a diario a la sociedad para ocultar el desastre nacional en todas las áreas, podría llegar al 2 de junio del 2024 con una ventaja electoral cómoda y ganar fácilmente.

Se construyó durante meses la narrativa de que no había oposición y que el próximo año las elecciones serían de mero trámite para ver cuál de sus “corcholatas” lo sucedería en la presidencia.

Pero resultó que no fue así porque, casi simultáneamente, surgieron la figura de Xóchitl Gálvez, por un lado, y el inédito proceso del Frente Amplio en conjunción con la sociedad civil, por el otro.

Así, desde la segunda quincena de junio se configuró un nuevo escenario que cambió las coordenadas políticas del país, dejando claro que sí hay oposición competitiva, que renació la esperanza o, como ha dicho Xóchitl: “la esperanza cambió de manos”, lo cual ha sumido en el delirio y la obsesión al inquilino de Palacio Nacional, una obsesión imperial por querer seguir controlando los resortes fundamentales del Poder más allá del 24, a como dé lugar.

Eso explica los incesantes ataques contra la opositora hidalguense, sujetándola a acusaciones ilegales y a una persistente compaña de descalificaciones, al grado de inventar que la casa donde vive con su familia en la CDMX, fue construida violando reglamentos y que debe ser demolida. Estamos ante una vil persecución política contra una opositora como jamás lo habíamos visto en los tiempos modernos.

El objetivo del obradorismo es claro: desgastarla para evitar que se fortalezcan sus atributos y sea conocida más por sus supuestos negativos. Calumnia que algo queda, decían los propagandistas de Hitler. ¿Qué sigue? ¿Acaso su eliminación física?

En ese mismo tenor dictatorial AMLO decidió no invitar a los representantes de los poderes Legislativo y Judicial a los festejos patrios con el pretexto de que tenía “profundas diferencias con ellos, ya que representan —dijo— al pasado corrupto y conservador”.

“El Estado Mexicano soy yo”, no la totalidad y concurrencia constitucional de los tres poderes, dijo López Obrador en los hechos. La decisión del autócrata es no compartir el poder con ningún órgano del Estado.

En esa misma tesitura, tuvimos durante el desfile patrio, la presencia de contingentes militares ruso y nicaragüense, representantes de gobiernos dictatoriales que persiguen a opositores y violan derechos humanos.

Asimismo, acorde con personalidad de megalómano, sigue inaugurando obras inconclusas para vender a la población la imagen de un gobierno exitoso cuyos proyectos deben continuar más allá del 2024.

Todo eso dibuja la obsesión imperial de AMLO por perdurar en la Historia Nacional a costa de lo que sea. Eso no debe suceder.

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