Doy la palabra a Myroslav Marynovych. “El año 2025 será sin duda un año decisivo para la paz. Eso no es el exorcismo de un ucraniano cansado de la guerra. Sí, como la mayoría de los ucranianos, estoy cansado de la guerra, porque mirar los noticieros se ha vuelto insoportable. El ejército ruso mata cada día más inocentes. Parece descubrir en Ucrania más nazis que los que había en la Alemania de Hitler. Claro, quisiera que el año le dé una paz justa a Ucrania, porque mi pueblo la merece por su sacrificio.

Pero, en este año voy a esperar también una toma de conciencia de la misma Rusia. Quisiera que los rusos descubrieran el sentido auténtico de lo que puede significar “la grandeza y la potencia de Rusia”, que, por lo menos, entiendan que esa grandeza no se encuentra en la violencia, el odio, la mentira.

Nosotros, los ucranianos, esperamos además que en 2025 el mundo entienda que esa guerra, iniciada por Rusia, no representa solamente un conflicto local entre dos pueblos vecinos que hay que reconciliar cuanto antes. Todo el orden del mundo está en vilo. Regresar al orden destruido no será posible. Habrá que edificar otro. Pero la nueva estructura de aquel orden debe apoyarse en los valores eternos que animan la especie humana. Deseo a todos que tomemos conciencia de esto, antes que ocurra lo irreparable”.

Myroslav Marynovych nació en 1949 en una familia greco-católica de la provincia de Lviv. Crítico del régimen soviético, fue uno de los fundadores del grupo de Helsinki ucraniano, dedicado a la defensa de los derechos humanos. Arrestado en 1977, trabajó siete años en campos del GULAG, antes de pasar cinco años en exilio en Kazakstán. Militante, periodista, escritor, publicó, entre otros libros,El universo detrás del alambrado de púas. Memorias de un disidente soviético ucraniano.Pueden encontrar a Marynovych en el sitio de Philomag.

Ya van tres años que la pequeña Ucrania resiste valientemente al poderoso agresor ruso, ya cayeron decenas de miles, quedaron heridos cientos de miles de héroes anónimos.

Se equivocan los poetas que, en el pasado, afirmaban en sus cantos que los nombres y apellidos de los soldados muertos en combate vivirán por los siglos de los siglos; que los héroes muertos siguen vivos, que su memoria y su nombre son eternos.

La memoria humana no puede recordar cientos de miles de nombres. Quién ha muerto, muerto es. Los que van a la muerte lo saben muy bien. Todo un pueblo enfrenta a la muerte para salvar su libertad de la misma manera que realiza una tarea difícil. ¡Vivan los héroes sin nombre!

Miles y miles de crímenes han sido perpetrados por el agresor. ¿Por qué les importaría a los dirigentes rusos, si mandan al matadero sin parpadear a cientos de miles de sus jóvenes? Dentro de cincuenta años un joven ruso se preguntará cómo fue posible y le dará vergüenza saber lo que hizo su abuelo. No habrá castigo, no puede haber castigo para quién ordenó la “Operación Militar Especial”, para los generales que la ejecutaron, para los soldados que mataron, violaron, torturaron. De todos modos, ningún castigo puede devolver la vida a los muertos.

No sé cómo terminará esa guerra, pero, muchas veces, en la historia, la guerra produce el resultado inverso del que esperaba quién optó por atacar. En ese sentido, Ucrania, incluso si pierde territorio, ya ganó la guerra. Putin la perdió porque no ha podido destruir a Ucrania, ni hacer de todos los ucranianos unos rusos. Frustrado porque Rusia ha dejado de ser una de las dos superpotencias mundiales, ha logrado lo contrario de lo que buscaba. Sin embargo, tiene ahora la complicidad de Trump. ¡Malditos sean los dos malvados que negocian sobre la espalda de los ucranianos! En 1938, Francia e Inglaterra lo hicieron sobre la espalda de los checos para comprar la paz a Hitler. Ganaron sólo una tregua. Europa tuvo la suerte que después de Chamberlain vino Churchill. Trump está comprando una tregua, no la paz, pero no se perfila ningún Churchill americano.

Para tristeza de los creyentes, el patriarca Kirill bendijo cruces pectorales con las iniciales de Putin grabadas, como regalo para los mejores combatientes en la guerra contra Ucrania. Un ritual pagano con la magia del nombre del Malo.

Historiador en el CIDE

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