Es la famosa pregunta planteada por el ucraniano Nicolás Gogol (Mykola Hohol), la troika siendo el símbolo de Rusia. El 18 de marzo, mientras recordamos la expropiación petrolera de 1938, el presidente Putin celebraba el décimo aniversario de la anexión de Crimea y los resultados de su “reelección” al grito de “Crimea es su gente, los crimeos ¡son nuestro orgullo!”. El referéndum-plebiscito dio resultados de fábula, casi 90 por ciento de “sí” (Putin), con récord de 99 por ciento en la “democrática” Chechenia y 95 en los territorios ocupados de Donetsk y Luhansk. Abbas Galiamov, quién redactaba los discursos de Putin y ahora se encuentra en exilio, comenta que los resultados “no corresponden a la realidad, son inventados, y hubiera sido más digno, aún haciendo trampa, anunciar que sacó 57 por ciento de los votos, pero 87.28 por ciento, por favor… Ni que estuviéramos en Turkmenistán”, o en la Unión soviética. O en Oaxaca en los años 1970 cuando don Jesús (Reyes Heroles) me dijo: “Adivine cómo ganamos en Oaxaca”. Le contesté que con un 80-85 por ciento. Se rio: “¡102!”.
El politólogo Dmitri Oreshkin comenta que Putin “podrá hacer lo que quiera, va a seguir con la guerra contra Ucrania y endurecer la represión contra sus “enemigos”; seguirá perdiendo el sentido común bajo la atronadora ovación de su entorno más cercano”. Sasha Lavut, joven disidente ruso, exiliado en Francia desde el inicio de la guerra, no es menos pesimista: “Ahora Putin tiene las manos libres para dos cosas: hacer una movilización militar a gran escala y reprimir masivamente. Tendremos a cientos de nuevos presos políticos y a miles de personas y organizaciones estampilladas como “agente del extranjero”. La muerte de Navalny firmó abiertamente la instauración de un régimen de terror”.
Cuando le preguntan cuál es la herencia de Navalny, contesta que sus apoyos se encontraban entre la clase media y los jóvenes, no sólo en las grandes ciudades. “recorría el país y diversificó sus apoyos, en el pueblo mismo (…) Su herencia es triple. Explicó, mostró, probó que todos tenemos un papel para denunciar la corrupción, hablar, actuar; dio por primera vez a los rusos una vida política en la calle, en el espacio público; finalmente sembró el gusto por la libertad en el cuerpo y la mente de mi generación. No olvidaremos nunca esa relativa libertad. Tenemos una ventana de diez años para actuar y el relevo depende de nosotros los jóvenes. Pero a los más jóvenes, la propaganda y los nuevos programas escolares los están formateando. No es una casualidad que Putin mande a mi generación morir en el frente. Esa guerra tiene como papel de clavarnos en un pasado imperialista y soviético que mi generación no conocía. Su meta es privarnos de un porvenir democrático. Sombrío es el porvenir, pero algunos no olvidarán”.
Poco antes de morir, Alexeí Navalny entabló una correspondencia con Natán Sharansky, gran figura de la disidencia soviética, un hombre que pasó nueve años en el Gulag, después de dos años de interrogatorios; emigró a Israel en 1986. Navalny, después de leer sus memorias (Fear no Evil, 1988, en libre acceso sobre The Free press) le escribió: “Vuestro libro da esperanza porque la similitud entre los dos sistemas, el de la URSS y el de la Rusia de Putin, su semejanza ideológica, su hipocresía fundamental, y la continuidad del uno al otro, garantizan para el segundo una caída tan inevitable como la que vivimos (en 1991)”. “Somos muchos los que encuentran fuerza e inspiración en vuestra historia”.
Sharanski le contestó: “Muy querido y respetado Alexéi, Su carta me conmovió terriblemente. Pensar que viene del ChIZO (la celda de aislamiento) en el cual usted ya pasó 128 días, conmueve al anciano que soy y que recibe una carta desde su “alma mater”, la universidad (el Gulag), donde pasé mi juventud. Alexéi, usted no es un disidente sin más, usted es un disidente con estilo (…) Manteniéndose como un hombre libre en la cárcel, usted toca el alma de millones en el mundo”.