Desde hace años, la muerte por suicidio se ha convertido en una sombra silenciosa que recorre nuestra sociedad, golpeando hogares, comunidades y la conciencia colectiva.
En México, esa realidad no es ajena: la tasa de mortalidad por suicidio pasó de cerca de 4.9 por cada 100,000 habitantes hace unos años a alrededor de 6.8 en 2024 (INEGI).
En el grupo joven —entre 15 y 29 años— el fenómeno se agrava: según estudios recientes, el suicidio representó el tercer motivo de muerte en ese rango en los últimos años.
Frente a este escenario, la Iglesia ha ido dejando señales de la gran relevancia del tema, en primer lugar para dejar claro que sus puertas deben estar abiertas para acompañar a las familias que han padecido este drama, y en segundo para alzar la mano como espacio de escucha y acompañamiento para quienes sufren de ansiedad, depresión o tienen pensamientos suicidas.
La clave está en comprender que la prevención del suicidio no es solo un asunto de salud mental, sino una cuestión de tejido humano, de comunidad, de escucha real. Lo señaló con claridad el Papa León XIV al elegir como intención de oración de noviembre la prevención del suicidio.
“Recemos para que quienes están luchando con pensamientos suicidas encuentren el apoyo, el cuidado y el amor que necesitan en su comunidad, y puedan abrirse a la belleza de la vida”.
¿Por qué resulta tan urgente atender a fondo? Primero, porque las cifras no son meramente estadísticas: detrás de cada número hay un ser humano con nombre, rostro, historias y personas que quedan.
Segundo, porque muchas veces la prevención falla por dos razones: la falta de visibilidad de los signos que preceden al suicidio y la inexistencia o debilidad de redes de apoyo comunitarias que ofrezcan salida. Investigaciones señalan que factores protectores como el sentimiento de pertenencia, el acceso a cuidado profesional, el apoyo social y la esperanza reducen el riesgo.
Atender a fondo significa habilitar plataformas de escucha en parroquias, escuelas, centros de trabajo; capacitar liderazgos para reconocer el sufrimiento, vincularlos con profesionales de salud mental; fomentar una cultura que no margine el diálogo sobre la depresión o el suicidio.
Este punto podría evitar casos como los que se han replicado últimamente en el mundo, en los que, al no tener un acompañamiento cercano, los jóvenes buscan respuestas sobre el sentido de vida con la Inteligencia Artificial, con consecuencias catastróficas.
Desde la perspectiva pastoral y social, también es imprescindible integrar la dimensión preventiva en la formación juvenil. ¿Cómo enseñar a los jóvenes que la vida es un don aunque en momentos parezca carente de sentido? ¿Cómo construir puentes entre el joven que vive crisis y la comunidad que lo envuelve?
Atender a fondo la prevención del suicidio también es un signo de fraternidad y dignidad humana. Cada vida importa y nuestra respuesta puede marcar la diferencia.
Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México
Contacto: @jlabastida

