El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se autoproclama cristiano. En muchos de sus discursos y posteos en redes sociales, habla de Dios, la defensa de la vida y la importancia de la religión.

Incluso, firmó una orden ejecutiva que crea un grupo de trabajo para “erradicar el sesgo anti-cristiano”. Sin embargo, en menos de un mes como presidente, ha tomado numerosas acciones que van en contra de las enseñanzas de Cristo.

Trump comenzó su administración con mano dura contra la migración. Las redadas para arrestar y deportar migrantes se han vuelto frecuentes en Estados Unidos y, ante una cuota que el mismo gobierno impuso de arrestos de migrantes, es casi inevitable la criminalización de este grupo vulnerable.

¡Cuotas de deportaciones! Como si habláramos del mínimo de ventas en una empresa o de aportaciones económicas. Estamos hablando de personas, sin embargo, el mismo Trump utiliza un discurso deshumanizante: los llama criminales y hasta “aliens”.

Como dijo el Papa Francisco en una carta dada a conocer esta semana: “el acto de deportar personas que en muchos casos han dejado su propia tierra por motivos de pobreza extrema, de inseguridad, de explotación, de persecución o por el grave deterioro del medio ambiente, lastima la dignidad de muchos hombres y mujeres”. Y no hay nada más anti-cristiano que atentar contra la dignidad humana.

El Evangelio es claro en su llamado a la compasión y la hospitalidad. Jesús mismo fue un refugiado cuando sus padres huyeron a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes.

A lo largo de su vida, se rodeó de marginados y enseñó que acoger al extranjero es acoger a Dios mismo: “Porque tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me diste de beber; fui forastero, y me recibiste”.

Ignorar este mandato y fomentar políticas que criminalizan y persiguen a quienes buscan refugio no es solo una contradicción con la fe cristiana, sino una traición a sus principios más fundamentales.

La retórica anti-migrante no solo divide a la sociedad, sino que aviva el miedo y la intolerancia. En lugar de buscar soluciones humanitarias y justas, se fortalecen políticas represivas que no abordan las causas reales de la migración, como la pobreza, la guerra y el cambio climático.

La Iglesia ha sido un faro de esperanza para los migrantes en todo el mundo, y su misión es recordarnos que el amor y la solidaridad deben prevalecer sobre la política del miedo y la exclusión.

Ser cristiano implica vivir según el mandamiento del amor al prójimo, sin excepción. La migración es un fenómeno que nos desafía a ejercer la empatía y la justicia, y cualquier política o ideología que promueva el odio y el rechazo hacia los migrantes contradice los valores fundamentales del cristianismo.

No se puede ser pro-vida si se atenta contra la vida de hombres, mujeres y niños que huyen de la violencia. No se puede ser pro-familia si se es responsable de separar a familias enteras. No se puede ser cristiano y odiar a los migrantes.

Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México

Contacto: @jlabastida

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