En un mundo cada vez más polarizado, donde la prisa y la indiferencia parecen dominar, el Papa Francisco continúa siendo un faro de esperanza y humanidad. Su liderazgo no se basa en discursos vacíos, sino en acciones concretas que reflejan los valores del Evangelio y el compromiso con los más vulnerables.

Mientras el mundo está en guerra, el Papa no responde con llamados a la violencia ni con indiferencia, sino con un Jubileo de la Esperanza. En tiempos de desesperanza y sufrimiento, su mensaje es claro: la fe y la compasión deben ser el centro de nuestra vida. Este gesto no es solo simbólico; es un recordatorio de que incluso en medio del caos, hay espacio para la reconciliación y la paz.

Mientras figuras como Donald Trump desprecian a los migrantes y los tratan como una amenaza, el Papa Francisco insiste en la importancia de acogerlos con amor y dignidad. No es una postura política, sino una respuesta profundamente humana y cristiana. Él nos recuerda que, en cada migrante, en cada refugiado, hay un rostro que merece ser visto y un corazón que merece ser acogido.

En una sociedad obsesionada con la inmediatez y la productividad, donde las personas cada vez tienen menos tiempo para el otro, el Papa Francisco se detiene, abraza, escucha. Su testimonio es un llamado a valorar el encuentro, la cercanía y el amor por encima de la prisa y la eficiencia deshumanizante.

Mientras el planeta nos da señales de estar enfermo, él no mira hacia otro lado. Su encíclica "Laudato Si'" es una de las reflexiones más profundas sobre el daño ambiental y la responsabilidad que todos tenemos de cuidar la creación. Su amor por la naturaleza no es romántico ni ingenuo; es un compromiso serio con las generaciones futuras.

Mientras muchos desprecian y condenan a quienes han obrado mal, él abre una Puerta Santa en una cárcel. No se trata de justificar sus acciones, sino de abrir un camino a la redención, porque la misericordia es el núcleo del mensaje cristiano. En un mundo que cada vez perdona menos, su ejemplo es una luz de esperanza para aquellos que buscan un nuevo comienzo.

Y con todo esto encima, su fortaleza a los 88 años es inspiradora. Con múltiples problemas de salud, sigue adelante con determinación, preocupado especialmente por los enfermos, uno de los grupos más olvidados en nuestra sociedad. Ni siquiera cuando está hospitalizado deja de llamar a la parroquia de Gaza, recordando que el dolor de los demás no tiene fronteras ni excusas para ser ignorado.

El Papa Francisco es un testimonio vivo de lo que significa la fe en acción. Su vida y su mensaje nos desafían a ser mejores, a mirar al otro con amor y a responder con esperanza en medio de la desesperanza.

En un mundo que tantas veces se llena de odio y desesperación, su ejemplo es un recordatorio de que siempre hay espacio para la compasión, la paz y la humanidad, además de manifestar una forma distinta de vivir la Iglesia… un “modo Francisco” tan necesario en esta época. Tan urgente. Tan lleno de amor.

La pregunta queda en el aire: ¿Durante los siguientes años seremos testigos de un final o del inicio de este modo de ser Iglesia?

Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México

Contacto: @jlabastida

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