Hablar de campos de exterminio parece ser una idea del siglo pasado, de la Segunda Guerra Mundial. O incluso de un país lejano, completamente ajeno a nuestra realidad. Pero en menos de cinco días se ha dado a conocer la noticia de tres de ellos en México.

En el rancho de Teuchitán, Jalisco, a poco más de una hora de Guadalajara, fueron encontrados hornos crematorios, restos humanos y las pertenencias abanadonadas de decenas de personas. Al campo se le vincula con el Cártel Jalisco Nueva Generación, presuntamente utilizado como centro de adiestramiento y exterminio.

De acuerdo con testimonios, a este lugar eran llevados jóvenes bajo la promesa de un empleo y eran sometidos a “entrenamientos” físicos por fases. Pero no todos lograban salir de ahí.

El martes, otros dos campos fueron encontrados en Tamaulipas. Con similitudes al del rancho de Teuchitán, en estos terrenos se encontraron restos óseos con huellas de exposición al calor. Estos campos de exterminio también estarían vinculados con el crimen organizado, de acuerdo a los primeros reportes.

Las impresionantes fotografías de los campos de exterminio mexicanoshan provocado comparaciones con imágenes que se veían en Auschwitz-Birkenau, en Alemania, durante uno de los episodios más tristes de la historia universal, en el que las personas eran denigradas y desechadas. 80 años después, no hemos logrado erradicar esa cultura del descarte.

El Papa Francisco ha denunciado reiteradamente la "cultura del descarte", en la que personas vulnerables son explotadas y desechadas como si fueran objetos sin valor. La tragedia de estos campos son claro reflejo de ello.

Cuántas vidas no fueron desechadas, cuántas familias no fueron destruidas ante la promesa de algo tan sencillo como un empleo. El trabajo, que de acuerdo con la Doctrina Social de la Iglesia, dignifica al hombre, fue el señuelo para convertir a estos jóvenes en peones del crimen organizado o acabar prematuramente con sus vidas. La crisis económica, la falta de oportunidades educativas y laborales, así como la creciente desigualdad social, han creado un entorno propicio para que los jóvenes se conviertan en presa fácil del crimen organizado.

Además, la tragedia de Teuchitán revela también una crisis social más profunda: la falta de oportunidades, el abandono de los jóvenes y la descomposición del tejido social. Esta descomposición es clara en la pérdida de valores comunitarios, en la normalización de la violencia y en el debilitamiento de las redes familiares y sociales que históricamente han sido el primer espacio de protección para las personas.

Esta semana, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) publicó un comunicado con motivo de la Semana por la Vida 2025 en el que hace un llamado a hacer frente a esta cultura del descarte a través de un compromiso firme y decidido con la cultura de la vida y la dignidad humana.

Frente a esta dolorosa realidad, no podemos permanecer indiferentes. Es urgente que, como sociedad, trabajemos en la reconstrucción del tejido social, fortaleciendo los valores de solidaridad, respeto y dignidad humana. No podemos resignarnos ante la violencia. La paz comienza en el corazón de cada persona y se construye con la justicia.

Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada de México

Contacto: @jlabastida

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