Las implicaciones para México de la decisión de Donald Trump de imponer el mayor incremento de aranceles a las importaciones estadounidenses desde las primeras décadas del siglo pasado son muy preocupantes. Es cierto que, junto con Canadá, nos fue menos mal que a muchos de los otros países afectados, y que se abren oportunidades para nuestros exportadores. Pero no veo cómo esto pueda compensar los efectos negativos de la política comercial estadounidense.

Para empezar, con los aranceles a la industria automotriz, acero y aluminio, así como a los artículos que no caen dentro del ámbito del TMEC, estamos en una posición peor de la que existía apenas hace pocos meses. Además, las dudas sobre la viabilidad de TMEC perdurarán mientras Trump sea presidente de Estados Unidos.

Pero incluso si, como yo creo, el TMEC sobrevive, es de esperarse que durante su próxima renegociación se haga más restrictivo, especialmente respecto de las reglas de origen. Lo anterior, aunado al enfoque del gobierno de Trump hacia países de fuera de la región y la falta de respeto a las reglas del TMEC, no son precisamente un incentivo para los flujos de inversión extranjera directa hacia México. Por los mismos motivos, es razonable concluir que el nearshoring se encuentra en estado de coma.

Y los problemas no se detienen aquí. El incremento de los aranceles estadounidenses y las represalias que se empiezan a observar en otros países deterioran el entorno externo para nuestra economía. Apenas pocos años después del impacto de la pandemia y la guerra en Ucrania, la economía mundial se ve afectada por un nuevo choque que, de persistir, además de sumergirla nuevamente en la incertidumbre, tendría efectos adversos para el comercio, el crecimiento económico y la inflación globales. Inclusive, empieza a surgir el fantasma de una recesión mundial.

De particular importancia para México es la perspectiva de una desaceleración de la economía estadounidense. De hecho, la turbulencia observada en los mercados financieros apoya la conclusión de cada vez más analistas de que el riesgo de recesión en ese país se ha acrecentado.

La economía mexicana empezó a contraerse desde finales del año pasado y es probable que ya estemos en recesión. El debilitamiento de la economía estadounidense agudizaría aun más este problema. Y las implicaciones de la mayor incertidumbre para la inversión tanto interna como externa incidirían en el crecimiento de nuestra economía en el mediano y largo plazos.

Frente a este panorama, nuestras autoridades han decidido, acertadamente, continuar negociando con el gobierno estadounidense para tratar de obtener mejores condiciones en las barreras comerciales remanentes. Además, han puesto en marcha acciones para fortalecer la economía interna. Coincido también con la importancia de esto último. El problema está en los malditos detalles.

En breve, México está enfrentando una economía con una marcada fragilidad de las finanzas públicas y un crecimiento potencial muy modesto. ¿La respuesta gubernamental? Los pre criterios de política económica para 2026 y el Plan México.

Los pre criterios proyectan de manera preliminar una disminución de la definición más amplia del déficit fiscal como proporción del PIB a 3.9-4% en 2025 y a 3.2-3-5% en 2026. No obstante su impacto pro cíclico, este ajuste es indispensable tomando en cuenta el insostenible desequilibrio observado en 2024. De no corregirse esta situación, las consecuencias serían mucho peores.

Desafortunadamente, los supuestos en los que descansan estos objetivos son endebles. El más ilustrativo es el de crecimiento del PIB para 2025. La SHCP ubica la expansión de la economía este año en 1.9%, cifra mayor a la registrada el año previo (1.5%). La justificación proviene de una realidad solo observada por la SHCP: la fortaleza del consumo y una inversión privada estimulada entre otros factores por una menor incertidumbre sobre el TMEC.

En un entorno en el que los indicadores disponibles sugieren que la economía sigue contrayéndose a principios de este año y la mediana de los analistas encuestados por el Banco de México proyecta para 2025 un crecimiento económico de apenas 0.5%, se ve muy difícil el cumplimiento de las metas fiscales. Por tanto, es de esperarse que el aumento del coeficiente de deuda pública a PIB supere durante 2025 la cifra prevista en los pre criterios (52.3%). Si a lo anterior le agregamos que no existe todavía una solución al grave problema financiero de Pemex y las rigideces que afectan al gasto público, es obvio que la bomba de tiempo en que están convertidas nuestras finanzas públicas sigue activa.

¿Y el Plan México y los 18 programas dados a conocer para reforzarlo? Ante un golpe brutal al orden económico internacional, lo que se requiere, además de finanzas públicas sanas, es implementar de manera simultánea acciones agresivas en varios frentes para incrementar la productividad y la inversión privada, y para fortalecer nuestra fuerza laboral, especialmente la femenina. Con todo respeto, lo que se nos está ofreciendo es una combinación de buenas intenciones, metas inalcanzables, medidas aisladas, omisiones y políticas controvertidas.

Es cierto que el proteccionismo estadounidense nos afectará menos que a muchos otros países. Pero también es cierto que no se están tomando las acciones requeridas para aprovechar las consecuentes oportunidades y para proteger a nuestra economía ante un entorno mucho más complejo. En ausencia de un golpe de timón en el enfoque de políticas públicas, las posibilidades de salir de la triste situación en la que nos encontramos son prácticamente nulas.

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