La inversión extranjera directa (IED) juega un papel importante en el crecimiento económico, especialmente en las economías emergentes y en desarrollo (EED), en donde las necesidades de recursos son mayores y las fuentes de financiamiento insuficientes.
Además de complementar la inversión interna, la IED facilita el acceso a los mercados y cadenas de producción internacionales, fomenta la transferencia de tecnología, contribuye al fortalecimiento de las instituciones y repercute de manera positiva en la productividad. Además, representa una fuente relativamente estable de financiamiento de la balanza de pagos.
Desafortunadamente, su trayectoria durante los últimos años ha mostrado una tendencia negativa. A mediados de este mes se publicaron dos informes sobre los flujos de IED a nivel global, uno elaborado por el Banco Mundial (BM) y el otro por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD). Aunque con metodologías y cobertura diferentes, la situación que describen ambos informes es preocupante.
Según cálculos del BM, después de registrar un rápido crecimiento a principios de este siglo, que los llevó a alcanzar una mediana de alrededor de 5% de su PIB en 2008, los flujos de IED a las EED han descendido continuamente, hasta niveles de aproximadamente 2% en los últimos años.
Las corrientes de IED pueden clasificarse en dos grupos: fusiones y adquisiciones, e inversiones en nuevos proyectos. A diferencia de los primeros, que implican principalmente un cambio de propietario, estos últimos, que son por mucho los predominantes en el caso de las EED, tienen un mayor impacto en la capacidad productiva. El problema es que la información más reciente sugiere una contracción de este tipo de flujos de alrededor de 25% en 2024.
El lamentable comportamiento de la IED hacia las EED se explica por una combinación de factores. La recesión generada por la crisis financiera global de 2007-2008 desalentó la inversión, tanto externa como interna. A esto se sumó el efecto de la pandemia de COVID-19 y la guerra en Ucrania, que además de afectar negativamente la actividad económica y acentuar la incertidumbre, dieron lugar a una reconfiguración de las cadenas de suministro, distorsionando o incluso frenando la inversión en el exterior. Y las dificultades se han acentuado posteriormente por la persistencia de un crecimiento económico débil, problemas geopolíticos, el reciente acrecentamiento de las barreras comerciales y a la inversión extranjera, y políticas internas incompatibles con un entorno favorable para la inversión.
¿Qué se puede extraer para el caso de México de los reportes del BM y la UNCTAD? Aunque la información a nivel de país es muy limitada, los informes de esta última organización contienen estadísticas relevantes para los 20 mayores receptores de IED, entre los que se encuentra México.
Como es bien conocido, nuestro país ha sido considerado como uno de los principales beneficiarios potenciales de la reubicación de cadenas de suministro propiciada por la pandemia y la guerra en Ucrania, hacia economías cercanas (el llamado nearshoring) o amigas (friendshoring). La materialización de este escenario implicaría un aumento importante de la IED hacia México.
Desafortunadamente, al igual que otros indicadores, la información proporcionada por la UNCTAD no sugiere que hasta ahora este haya sido el caso. Según el Informe sobre la Inversión Mundial para 2021 preparado por esta institución, en 2020, antes del inicio de la pandemia, México ocupaba el noveno lugar entre los 20 principales receptores de IED en el mundo. Para 2024, nuestro país había caído al onceavo lugar.
Algunos países que han sido considerados potenciales competidores de México por flujos de IED en este proceso de relocalización de cadenas productivas han mostrado un comportamiento más favorable. Por ejemplo, Vietnam pasó en el mismo lapso del lugar 19 al 16, e Indonesia del 17 al 14.
Ante un entorno externo caracterizado por tasas de crecimiento económico mundial en el mediano plazo por debajo de las observadas antes de la pandemia, conflictos geopolíticos, mayores restricciones al comercio y la inversión, y niveles de incertidumbre particularmente elevados, no veo cómo ser optimista respecto de la evolución de la IED global en los próximos años. La implicación natural es que la competencia entre las EED por este tipo de flujos será más encarnizada.
De esta forma, la economía mexicana enfrenta una situación compleja. El apetito en muchos países por invertir en el exterior se ha debilitado o se ha vuelto más selectivo; las oportunidades que se abrieron con la pandemia y la guerra en Ucrania no han sido aprovechadas; y con el actual gobierno de los Estados Unidos, lo más optimista que puede decirse sobre las implicaciones del nearshoring y el friendshoring para nuestro país es que están en pausa y con un futuro incierto.
¿Son estas dificultades insalvables? Por supuesto que no. La buena noticia es que, como ya mencioné, hay países que han sorteado con éxito los obstáculos externos, que han aprovechado las oportunidades existentes y que han logrado absorber una porción mayor de la IED global. Pero la mala noticia es que no existen indicios de que en México se vayan a implementar las políticas públicas que se requieren para alcanzar un resultado similar.