“Probablemente más que ninguna otra, la Iglesia católica es una Iglesia controvertida, sujeta a los extremos de la admiración y el desprecio”, escribió Hans Küng en la introducción de La historia de la Iglesia católica, publicada por Debate en 2001. Refiere que “los historiadores de la Iglesia más críticas y antagonistas son de la opinión de que en los dos mil años de historia de la Iglesia no puede detectarse ningún proceso orgánico de maduración, sino algo más parecido a una ‘historia criminal’”. No sin ironía conjetura que “esa historia criminal del cristianismo en varios volúmenes resultaría insípida, farragosa y aburrida”. Considera que cualquier teología y cualquier concilio “debe, desde el momento en que se define como cristiana, ser juzgada en último término según el criterio de qué es cristiano. Y el criterio de qué es cristiano —también según el punto de vista de los concilios y los papas— coincide con el mensaje cristiano original, el Evangelio, que ciertamente constituye la figura original del cristianismo: el Jesús de Nazaret concreto o histórico, que para los cristianos es el Mesías, ese Jesucristo al que toda Iglesia cristiana debe su existencia. Y, desde luego, este punto de vista tiene consecuencias en toda consideración de la Iglesia católica”.

Hans Küng, que estuvo en México antes de morir en 2021, confesaba que escribía “como alguien nacido en una familia católica en la católica ciudad suiza de Sursee y que fue a la escuela de la católica ciudad suiza de Lucerna. Después viví siete años consecutivos en Roma, en la élite papal del Colegíum Germanicum et Hungaricum, y estudié filosofía y teología en la Universidad Gregoriana Pontificia. Cuando fui ordenado sacerdote celebré la eucaristía por primera vez en San Pedro y di mi primer sermón a una congregación de Guardas Suizos”.

Refería también que “tomé parte en el concilio Vaticano II entre 1962 y 1965 como experto nombrado por Juan XXIII, di clases en Tubinga durante dos décadas, y fundé el Instituto de Estudios Ecuménicos, del cual fui director.

“En 1979 experimenté personalmente la Inquisición bajo otro papa. La Iglesia me retiró el permiso para la enseñanza, pero aún así mantuve mi catedra, y mi Instituto (que quedó segregado de la Facultad Católica)”.

Hans Küng, que permaneció “inquebrantablemente fiel a mi Iglesia con lealtad crítica”, sostenía hacia el año 2000 que “si la Iglesia católica (romana) ha de tener futuro como institución en el siglo XXI necesita un Juan XXIV. Como su predecesor de mediados del siglo XX, debería convocar un concilio Vaticano III que nos llevara del catolicismo romano a un verdadero catolicismo.

“La visión del papado defendida por la hermandad de la Iglesia católica, basada en el Nuevo Testamento, es diferente de la burocracia de la Iglesia romana. Es el punto de vista de un papa que no se halla por encima de la Iglesia y del mundo en una posición divina, sino en la Iglesia como un miembro más (en lugar de en cabeza) del pueblo de Dios. Es la visión de un papa que detenta el gobierno único, pero incorporado a un colegio de obispos, un papa que no es el Señor de la Iglesia, sino, como sucesor de Pedro, un ‘sirviente entre los sirvientes de Dios’ (como decía Gregorio I Magno). Haría falta un papa como Juan XXIII para retomar la idea original de la Iglesia y del obispo de Roma.”

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