A pesar de que en no raras ocasiones un regalo puede importar un desencanto, a veces también puede deparar un asombro feliz que se preserva como un talismán; uno de esos regalos puede adivinarse en el que halló generosamente Antonio Castro Meagher para Martín Casillas de Alba: un juego de baraja: “Shakespeare’s flowers”.
Hacia 2000, Rodrigo Johnson convocó a varios de sus amigos para que se reunieran en sábado a leer y comentar la obra de Shakespeare. Entre ellos se encontraban Flavio González Mello, Armando Hatzacorsian, Antonio Castro y Martín Casillas. Las reuniones dejaron de mantenerse en 2004, refiere Martín Casillas en Fe de erratas en la vida de un editor, “cuando terminamos de darle dos vueltas a las treinta y siete obras de teatro, los ciento cincuenta y cuatro sonetos y los tres o cuatro poemas líricos”. Sin embargo, la devoción exultante de Martín Casillas no ha dejado de acrecentarse pródigamente: ha emprendido traducciones y ediciones de sus obras, ha ingeniado cursos varios sobre él, no puede dejar de encontrar peculiaridades íntimas en su escritura, de descubrir no sólo minucias significativas, de imaginar derivaciones de sus lecturas placenteramente reiteradas, de seguir propiciando amistades a partir de Shakespeare.
En una baraja pueden cifrarse incitaciones varias; quizá la más evidente resulta la del juego, que suele comportar asimismo juegos de palabras, y que a veces se vuelven peligrosos como los augurios que también revelan las cartas. Adivino que Martín Casillas no ha dejado de demorarse con felicidad en Shakespeare’s Flowers; la baraja que le regaló Antonio Castro, y que ha barajado diversas incitaciones ante cada una de las cartas marcadas con números, tréboles, corazones, picas, diamantes con la representación de una flor y su mención en alguna de las obras de Shakespeare. Infiero que una de esas incitaciones lo indujo naturalmente a regresar a esas obras en busca de esas flores y, como lector acucioso y feraz, a acudir a la botánica para indagar acerca de esas flores y, como hombre generoso, a conformar un libro con todo ello para compartir la felicidad de sus hallazgos: Las flores en las obras de Shakespeare, que editó recientemente El Globo Rojo.
Martín Casillas recuerda que el jardinero es un personaje recurrente en las obras de Shakespeare, el cual “como buen jardinero inglés es consciente de los efectos del viento en la primavera y de las heladas, que, sin aviso alguno, pueden acabar con los capullos”, conocía “los ciclos de la Naturaleza: crecimiento, florecimiento, decadencia y muerte”, como puede demostrarlo el Soneto 15: “Cuando percibo que los hombres crecen como las plantas”; “visualiza a los seres humanos como si fueran árboles o plantas o flores, como las que había visto en las huertas o en los jardines alrededor de su casa en Stratford-upon-Avon mientras entregaba los guantes que hacía su padre”. Más que ejemplos y alusiones, las flores pueden importar revelaciones subrepticias como las que suelen aguardar en Shakespeare.
Como un prestidigitador lúdico, Martín Casillas ha convertido la baraja que le regaló Antonio Castro en un juego de cartas que no deja de fascinar, en un libro en el que uno se demora y que, me temo, no deja de frecuentarlo para volver a demorarse, de pronto, en cualquiera de sus páginas.