México se carga de fulgores neófitos conforme la vida pública marcha entre marchas.
Lo nunca visto. Los otrora denuestos a las manifestaciones evolucionaron a devoción por algunas protestas callejeras. La política mexicana da para todo, una una ida, una vuelta, una manera de concebir el espacio público.
Espacio público como la consciencia del ser social que toque desempeñar. ¿Qué es el interés nacional sino las encuestas, las percepciones y las tendencias? “No está mal que sepan en qué circunstancias sí saldría yo a la calle…”, recetó López Obrador desde Palenque el domingo 30 de noviembre.
So pretexto de presentar “Grandeza”, un libro que a decir del autor reivindica a los pueblos originarios del México antiguo, dio línea política: hay que apoyar a la presidenta.
De soberbia no habló, ¿quién querría preguntar algo así después de observar que la obra tiene como portada una cabeza olmeca contemplada por él mismo? El peculiar cara a cara de la grandeza no descansará, pues adelantó que el próximo año vendrá “Gloria”, donde recuperará la vida política desde la Independencia y hasta los tiempos actuales. ¿Quién irá a salir en la portada?
López Obrador despejó dudas acerca de cuándo saldría a la vía pública y hasta spots implícitos para la grey dejó, pero ¿a quién le corresponde la calle?
La calle no tiene dueño formal y durante los recientes 50 años en ella tomaron forma todo tipo de causas y exigencias: contar los votos, las y los payasos contra la violencia, espacios y respeto para los sonideros, encontrar a las y los desaparecidos, memoria colectiva para las y los masacrados por el Estado, vidas libres de violencia, el derecho a la vivienda, mejoras salariales para las y los maestros y un incontable etcétera.
Marchar, protestar, movilizarse aceita la inconformidad y construye identidades. Es el marco referencial para quienes se oponen al orden inequitativo existente y donde la plaza pública deja de ser un lugar y se convierte en una relación. Para Charles Tilly la calle guarda un orden performativo que brinda reconocimiento social cuando los grupos sociales desafían al poder, además de medir la fuerza de un movimiento.
Por ello las recientes protestas callejeras contra el oficialismo carecen de impacto y participantes pues identitariamente la balcanización es tal que los mensajes resultan ininteligibles. No buscan subvertir el orden inequitativo, mucho menos están habituados a convertir la toma de las calles en un acto social. Marchan y se marchan.
Las causas que podrían articular la protesta siguen ahí. El zapatismo y su condición de oráculo explicó en septiembre de 2006 el no apoyo a López Obrador. Un sujeto colectivo permanece: los de abajo.
“[...] gana AMLO la presidencia con legitimidad y el apoyo de los grandes empresarios, [...] y cualquier tipo de oposición o resistencia sería catalogada como ‘patrocinada por la derecha, al servicio de la derecha, sectaria, ultra, infantil, [...]’. Pero la ilusión se acabaría a la hora en que se fuera viendo que nada había cambiado para l@s de abajo. Y entonces vendría una etapa de desánimo, desesperación y desilusión, es decir, el caldo de cultivo para el fascismo”.
La marcha de las marchas tendrá nuevos episodios en donde la acción colectiva deberá disputar y encontrar el lugar a ocupar en la narrativa nacional en tiempos de bifurcaciones ciudadanas todas pensadas en códigos binarios.
Y ya que es imposible trascender el optar entre inconvenientes, queda la marcha en espera de un membrete que evidencie la desigualdad o la matice con reparto. Queda como proceso abierto el “abajo y a la izquierda” ocupando las calles. Queda como proceso abierto el control gubernamental por en los hechos afirmar todos los días que “arriba y adelante”.
Consultor en El Instituto

