Casi todos hemos escuchado que el 5 de mayo de 1862 las armas mexicanas se cubrieron de gloria, tras derrotar al Ejército Expedicionario Francés, que humillado se replegó a Veracruz. Lo que no es tan conocido es que, casi un año después, los franceses retomaron la ofensiva y se plantaron frente a la Angelópolis. Ya no bajo las órdenes de Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez, sino del afamado general de División y senador Élie-Frédéric Forey, héroe de la Guerra de Crimea, y con un aumento de efectivos considerable, ya que los seis mil hombres que tenían el 5 de mayo de 1862, para enero del año siguiente se habían incrementado a 28 mil 126 efectivos y 50 bocas de fuego, presentándose frente a Puebla 26 mil 300 soldados, entre ellos dos mil conservadores que se pusieron bajo sus órdenes, y 56 piezas de artillería.
En Puebla no los esperaban los cinco mil 454 soldados que Ignacio Zaragoza tenía en 1862, sino más de 20 mil hombres bajo el mando del general Jesús González Ortega, pues el general Zaragoza murió de tifo cuatro meses después de su triunfo inolvidable. Sin embargo, pese a ser inferiores en número, entrenamiento, armamento y dinero, los mexicanos mostraron que en valor y coraje igualaban o superaban a sus atacantes, ya que tras 62 días de sitio y numerosas batallas callejeras en las que se disputó con furia cada palmo de terreno, los franceses solo lograron apoderarse de algunas cuadras al poniente de la ciudad.
Finalmente, tras una defensa que Vicente Quirarte equipara en heroísmo con la victoria del 5 de mayo del 862, Puebla cayó en manos de los invasores. Y aunque González Ortega estaba dispuesto a resistir hasta que la ciudad quedara convertida en escombros pretensión que Forey calificó como “una cosa inusitada y hasta cierto punto bárbara y reprobada por la civilización moderna” —, decidió rendirse tras quedarse sin municiones para seguir combatiendo. Así cayeron en manos de los franceses los soldados más experimentados del ejército mexicano, entre ellos cerca de mil 500 generales, jefes y oficiales a los que los invasores les ofrecieron dejarlos en libertad a cambio de comprometerse por escrito —y bajo palabra de honor— a no luchar de ninguna manera contra la intervención francesa y el gobierno que esta impusiera en nuestro país.

Como puede uno imaginarse, el rechazo a esta pretensión fue general y los franceses les informaron a sus prisioneros que de no firmar irían al destierro. La amenaza no hizo cambiar de opinión a los defensores de Puebla y el 20 de mayo quienes tenían el grado de subteniente a coronel salieron a pie rumbo a Veracruz, cantando el Himno Nacional entre dos hileras de infantes de marina franceses. Dos días después abandonaron la ciudad los generales.
De acuerdo con el coronel Agustín Alcérreca —testigo de aquellos acontecimientos y autor del Diario de un prisionero de guerra— salieron de Puebla mil 466 prisioneros… aunque solo la tercera parte de ellos llegó a Veracruz. De los generales, jefes y oficiales enviados a Francia —cuyo número oscila entre los 532 de Epitacio Huerta y los 471 de Cosme Varela—, la mayoría terminó comprometiéndose a no luchas contra la intervención francesa y fue repatriada, pero ciento veintitrés se rehusaron definitivamente a hacerlo y a mediados de 1864 el gobierno de Napoleón III los abandonó a su suerte, dándoles un tiempo determinado para abandonar Francia o ser encarcelados. A pesar de la miseria en que se encontraban hundidos —que obligó a muchos a trabajar como albañiles—, al final lograron volver a México y muchos de ellos retomaron la lucha.
Entre estos últimos puede mencionarse a los generales Francisco Paz, Ignacio Mejía y Epitacio Huerta. El primero se incorporó al Ejército del Norte de Mariano Escobedo como comandante general de artillería y contribuyó al triunfo sobre el imperio en Querétaro. El segundo fue nombrado ministro de la Guerra por el presidente Juárez y con ese carácter le negó el indulto al emperador Maximiliano. Y el tercero se reintegró al ejército republicano, pero diferencias políticas con el presidente Juárez le hicieron dejar las armas.
También regresaron del exilio el general Francisco Alatorre y los coroneles Cosme Varela —fiscal en el juicio que sentenció a muerte al general Tomás O'Horan, defensor de la República que se pasó al imperio—, José Montesinos —quien fue nombrado jefe de la primera brigada de caballería del Ejército del Norte— y Miguel Palacios —guardián de Maximiliano en Querétaro que rechazó cien mil dólares y los favores amorosos de la princesa de Salm Salm a cambio de dejarlo fugarse—. Hubo también 16 oficiales que no volvieron de Francia, ya que murieron en el destierro:
· Teniente Pedro Reguero († junio 19, 1863).
· Capitán Teodosio Lares († junio 19, 1863).
· Teniente coronel Domingo Bernal († julio 22, 1863).
· Teniente N. Salcedo († septiembre 20, 1863).
· Capitán Juan L. Gallardo († octubre 29, 1863).
· Capitán Demetrio Rodríguez († noviembre 30, 1863).
· Teniente Luis Campos († diciembre 14, 1863).
· Capitán Pedro Barrón († enero 27, 1864).
· Teniente Francisco Cienfuegos († febrero 7, 1864).
· Teniente coronel Eduardo Delgado († septiembre 1, 1864).
· Comandante Rafael Ferniza († septiembre 1, 1864).
· Teniente Luis G. del Villar († noviembre 18, 1864).
Además de cuatro oficiales de quienes desconocemos los nombres. Y aunque sé que nuestro país enfrenta múltiples y erigir un monumento en memoria de los hombres y mujeres que murieron luchando por México y permanecen en el anonimato no es una prioridad, me parece que es un acto de justicia que aún tenemos pendiente. Sobre todo, porque si no recibieron “sepulcro de honor” que menciona el Himno Nacional, cuando menos deberíamos darles ese “recuerdo de gloria”. ¿O ustedes qué piensan?
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