La corrupción nos carcome y  se ha infiltrado en las entrañas mismas de nuestra nación, encontrando un hogar recurrente en el proyecto emblemático del Tren Maya. Lo que alguna vez fue presentado como un símbolo de modernización y progreso, ahora se ha convertido en un monumento a la desgracia, alimentado por la avaricia y la falta de escrúpulos de aquellos en el poder, incluyendo a la familia presidencial que hoy ha experimentado su primer descarrilamiento.

Recordemos las promesas de campaña del presidente de México, quien proclamó erradicar la corrupción y poner fin al amiguismo, nepotismo e influyentismo. Sin embargo, las acciones contradicen esas palabras. La transparencia del gasto público ha sido eliminada y el acceso a la cuenta pública de proyectos y obras ha sido cerrado por décadas. La sombra de la corrupción ha oscurecido incluso los proyectos más ambiciosos del país.

Las recientes revelaciones de corrupción, expuestas hace solo dos semanas por valientes periodistas, han sacado a la luz una red de tráfico de influencias que se extiende hasta los más altos niveles del gobierno. Conversaciones telefónicas entre figuras influyentes vinculadas a los hijos del presidente y empresarios corruptos han revelado la podredumbre que se esconde tras las cortinas del poder. Estos escándalos no solo manchan la reputación del gobierno, sino que también generan consecuencias devastadoras, como el reciente descarrilamiento del recién inaugurado tren.

Aquellos que se atrevieron a denunciar estos actos de corrupción fueron blanco de críticas y ataques en las redes sociales, una táctica común empleada por los seguidores del gobierno para desacreditar a quienes se atreven a hablar en contra de la corrupción.

Pero la corrupción no solo erosiona la credibilidad del gobierno; también pone en peligro la seguridad y el bienestar de nuestra gente. El colapso de la Línea 12 del Metro en 2021 y el desplome del Colegio Rebsamen durante el sismo de 2017 son ejemplos trágicos de cómo la corrupción puede cobrar vidas y dejar un rastro de destrucción.

Lo más alarmante es la reacción de aquellos que prefieren cerrar los ojos ante la verdad. Los seguidores del presidente y los voceros de la llamada Cuarta Transformación se han lanzado en picada en las redes sociales, desacreditando a quienes se atreven a hablar en contra de la corrupción, sin importar las consecuencias.

En última instancia, la corrupción nos confronta con una pregunta crucial: ¿qué tipo de país queremos ser? ¿Uno marcado por la opacidad y la explotación, o uno que promueva la transparencia y el respeto por la vida y el bienestar de su gente? La elección es clara, pero depende de nosotros tomar una posición y exigir un cambio real antes de que sea demasiado tarde.

Redes sociales: @iremunoz

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