Me uní a Twitter en diciembre de 2009. La sensación de estar en un foro virtual con todo tipo de personas era excitante, pero extraña a la vez, entre otras cosas, porque no había ninguna certeza de la autenticidad de los perfiles: aún no existía la función de verificación. Tratando de entender la red, una noche, tarde, leía unos tuits del entonces secretario de Comunicaciones y Transportes, Juan Molinar (E.P.D.); por alguna razón, no me hizo sentido lo que escribía, y lo reté públicamente a que comprobara que él era efectivamente Juan Molinar y, de ser el caso, le daría una disculpa pública. Me dijo que me marcaría a mi celular. Pasaba la medianoche y yo veía fijamente mi teléfono, con total incredulidad, segura de que no llamaría. De pronto, sonó y su inconfundible voz en el otro extremo: “hola Irene, habla Juan Molinar”. Ahí comprendí que Twitter sería una herramienta única que borraría jerarquías, distancias, edades, fronteras y géneros. Comenzaba una auténtica revolución de la comunicación que modificaría el curso de la historia.
Pero todo cambia, y la experiencia de usuario en Twitter ya no se parece mucho a la que vivimos por, al menos, una década. Los intentos de migración a otras redes como Mastodon o Post, empezaron por las ocurrencias de Elon Musk, el excéntrico dueño de Twitter, cuyo comportamiento errático ha desilusionado y hartado a muchos: la cantidad de anuncios, la nueva sección “para ti” que decide con su algoritmo lo que tu perfil debe ver, la eliminación de filtros a cuentas con discurso de odio o discriminatorio, la desaparición de la meritocrática y gratuita palomita azul, y la inclusión, en su lugar, de una de paga. Pero la gota derramó el vaso el 1 de julio, cuando la empresa decidió limitar el número de tuits que se podían ver a 600 para cuentas no verificadas. Así, Meta, aprovechó el momentum y soltó su nueva red, Threads, que, en menos de 24 horas ya contaba con más de 30 millones de usuarios, rompiendo el récord de la aplicación con más suscripciones en menor tiempo de la historia.
Threads (que significa “hilos” en inglés) está integrada a Instagram, también propiedad de Meta. La facilidad de crear la cuenta desde aquella aplicación ha favorecido la “explosión” de usuarios en la plataforma. Pero Threads no está aún en su versión final, así lo informó Meta, y pronto tendrá mejoras (ojalá, porque le falta bastante): habrá una forma de usarla en la computadora, existirá la opción de ver en nuestro feed sólo el contenido de quienes seguimos y no todo lo que aparece ahora —que se parece al “para ti” de Twitter— y también tendrá interoperabilidad con otras redes sociales de protocolo descentralizado (ActivityPub), lo que permitirá interactuar con usuarios de otras plataformas compatibles, no con Twitter, desde luego.
Sí, vivimos tiempos muy distintos a los de 2009. No sabemos qué sucederá con Threads, cómo avanzará su diseño y configuración, y tampoco qué pasará con la denuncia de Musk contra Meta por supuesto robo de propiedad intelectual que Elon resumió en un tuit: “competir está bien, hacer trampa, no”.
El anhelo de empezar de nuevo, sin todo lo tóxico que hay ahora en Twitter, junto con la sensación de que el barco se hunde, alimenta el furor por Threads que, tres días después de su lanzamiento, es decir, al viernes pasado, alcanzaba ya 70 millones de usuarios, contra 350 millones de Twitter. No sé si será una gran red, Meta no me llena de confianza, pero, aun así, no tengo duda de que Threads llegó para quedarse. Así que, para responder la pregunta del título de esta columna: ¿Twitter o Threads? Por el momento, ambas.
Abogada, presidenta de Observatel y comentarista de Radio Educación
Twitter y Threads: @soyirenelevy