¿Prefiere usted tener que refutar argumentos inteligentes o planteamientos estúpidos? Como abogada, siempre he celebrado que un colega listo represente a la contraparte, resulta mucho más fácil y enriquecedor que tener que construir interminables respuestas que requieren de una creatividad infinita para debatir cuestiones que no tienen sentido.
Si usted coincide conmigo, le va a interesar que, en 2013, el programador italiano Alberto Brandolini publicaba lo que hoy se conoce como la ‘Ley Brandolini’ o la ley de la asimetría de la estupidez: “la cantidad de energía necesaria para refutar una estupidez, falsedad o engaño es un orden de magnitud mayor que el requerido para producirla”.
Y sí, es difícil combatir la estupidez con argumentos lógicos. ¿Qué responder a López Obrador cuando dice que su estrategia contra la violencia es “abrazos no balazos”? ¿Cómo se puede objetar de manera sencilla y corta un planteamiento de tres palabras tan carente de sentido? Imposible. ¿Cuánta tinta o saliva necesitamos para responderle que no se trata de violencia de género, como afirmó, cuando “lo atacan sus adversarios”? ¿Qué hacer ante tales sandeces? Nada fácil, porque estamos ante dos planos distintos de pensamiento. Así lo afirmó el psicólogo y premio nobel Daniel Kahneman en su libro ‘Pensar rápido, pensar despacio’, que sirvió de inspiración a Brandolini: existen dos sistemas de pensamiento; el sistema 1, que es el rápido, intuitivo, subconsciente e instintivo, y que está asociado a patrones o pensamientos ya existentes, y el sistema 2, que es el crítico, analítico, y que entraña la reflexión y la toma de decisiones de manera más lenta y racional. Obviamente, el sistema 1 domina porque es el más fácil y nos requiere mucho menos esfuerzo.
El problema es mucho más grave cuando esas frases tontas o falsas se convierten en políticas públicas, o bien son sostenidas por gente con poder, como cuando Donald Trump dijo en 2019 que el ruido de los molinos de viento causaba cáncer, o bien el candidato que ganó recientemente las primarias en Argentina, Javier Milei, que afirmó que, de llegar a la presidencia en octubre, desaparecería al Banco Central: “no tiene ninguna ventaja tenerlo, porque moralmente es malo”, dijo. Por desgracia, las expresiones cortas, pegajosas y sencillas son más cómodas y atractivas para muchos de los votantes que los argumentos que nos obligan a activar el sistema de pensamiento racional.
La dificultad de responder la estupidez con eficacia provoca un sentimiento de enorme frustración e impotencia. Los esfuerzos que aún algunos estoicos realizan a fin de explicar las incongruencias y falsedades de lo que se dice en las mañaneras no sirven tanto porque, quien le cree a AMLO, lo hace desde el optimismo irracional (“se acabó la corrupción”, por ejemplo). Por ello, no extraña nada que el lema de campaña de Marcelo Ebrard sea ‘sonrían, todo va a estar bien’. Resulta interesante ver cómo manejarán esa parte de la comunicación los candidatos de la oposición. Los debates con largas propuestas son importantes, pero sólo servirán para convencer a los convencidos. Veremos qué tanto explotan este recurso en las campañas para 2024 (el optimismo y la irracionalidad, no la estupidez), que puede ser clave para ganar.
Pero decir estupideces y mentiras no significa ser estúpido; en algunos, casos todo lo contrario. Por eso hay que preguntarse en cada caso si quien las difunde lo hace porque las cree o sólo porque quiere que los demás las crean; si lo hace a sabiendas de su asimetría y de la enorme dificultad que implica objetarlas, entonces estamos, de hecho, ante un ser peligrosamente manipulador.
Abogada, presidenta de Observatel y comentarista de Radio Educación
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