El acelerado y sorpresivo crecimiento de la figura de Xóchitl Gálvez como posible candidata a la Presidencia de México es una muy buena noticia para quienes veíamos a una oposición rancia y anquilosada sin ninguna posibilidad real de contender contra Morena. En un terreno descompuesto e imprevisible, Xóchitl pelea dos batallas a la vez: la interna de la oposición, y la guerra sucia que le ha declarado ya el presidente Andrés Manuel López Obrador. Así, aunque la repentina fortaleza de su nueva imagen es una bocanada de aire fresco, el proceso es largo y se ve turbulento.
Xóchitl debe convencer primero al interior de la oposición y quedar como candidata de unidad; si lo logra, su estrategia debe estar orientada a persuadir a indecisos y simpatizantes de AMLO. La escenografía es adversa. México tiene instituciones debilitadas y confrontadas; un Presidente que incumple consistentemente la legislación, que desacata órdenes judiciales, que utiliza recursos y la fuerza del Estado para atacar todo lo que amenaza su ego y su proyecto, y una sociedad parcialmente alienada y muy polarizada.
Lo que mejor sabe hacer AMLO es pelear, confrontar y actuar sin escrúpulos; así es como ha llevado a Gálvez en los últimos días a su terreno, dónde ella se ha dedicado a defenderse de sus ataques; ahí la quería López Obrador, y ahí la tiene. El supuesto debate sobre el éxito de ella como empresaria o los millones que su empresa ha ganado no es real, y es ahí donde me parece que el equipo de Xóchitl se está equivocando. AMLO busca quitarle la frescura y estigmatizarla, no denunciar algo irregular. Y así seguirá, porque al Presidente no le importa mentir y manipular con tal de ganar sus batallas. La mentira diaria es una constante de su gobierno y, tristemente, es parte de su éxito; sus propios seguidores han decidido dejar de cuestionarse lo que él dice: cierran los ojos ante la falsedad evidente porque no los mantiene ahí la verdad, sino el fanatismo y el sentimiento —quizás por primera vez en mucho tiempo— de pertenencia a un grupo “que los defiende”.
Mientras tanto, las resoluciones que se están tomando en los órganos jurisdiccionales para intentar hacer cumplir las reglas de la contienda parecen ser de utilería ante un Presidente que se burla y les da la vuelta en franco desacato, y de nada servirán si no van acompañadas de una posibilidad real de ejecución forzosa; en caso contrario, además del inherente descrédito de estas instituciones, los procesos avanzarán viciados y podrían ser nulos al final del camino, lo que seguramente también se esté fraguando como un nuevo plan B desde Palacio Nacional.
En mi columna del 1 de mayo pasado, “La sesión gandalla”, planteaba yo el problema en que nos ha puesto López Obrador: cómo vamos a interactuar con el actual régimen cuando se ha decidido jugar ya sin las reglas establecidas. Y esa disyuntiva no sólo está dirigida a las instituciones: también a la sociedad, la industria, la oposición y los candidatos. El dilema de Xóchitl es, pues, si va a jugar su propio juego, o el que AMLO le imponga, y con qué reglas lo hará. Y, aunque la respuesta no es plana, porque ahora ella está en una etapa en la que quizás sea conveniente la confrontación para darse a conocer y ganar la contienda interna, esto es muy peligroso, porque en este lapso el Presidente podría lograr estigmatizarla y despojarla de la frescura con la que inició. La táctica y la estrategia, la elección de sus batallas y la administración del tiempo y de su energía serán cruciales en el proceso. Suerte, Xóchitl.
Presidenta de Observatel y comentarista de Radio Educación
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