Por Citlali Ayala
Se acerca el 80° aniversario de la Organización de las Naciones Unidas. Es el momento oportuno para mirar al pasado, cuestionar la vigencia de las instituciones multilaterales, y reconocer la pertinencia de sus agencias y programas. Pero la ocasión también amerita una visión sistémica y reconocer lo que hace falta a la cooperación internacional de hoy, tanto desde la concertación política, como de las actividades que se realizan en terreno vía proyectos para el desarrollo.
Comencemos por paz y conflicto. El mantenimiento de la paz ha sido desde los orígenes de la ONU el objetivo por excelencia que motivó su fundación tras la Segunda Guerra Mundial. No obstante, tanto en las décadas subsecuentes como en años recientes, es evidente que las acciones de mantenimiento de la paz han sido insuficientes, lo que ha cuestionado la vigencia de la misma institución. El conflicto, por su parte, desvelado la insuficiencia del derecho internacional público frente a las declaratorias de hambruna en Gaza y la interminable guerra entre Ucrania y Rusia, por citar un par de ejemplos.
La ayuda humanitaria. Más allá de las situaciones de conflicto mencionadas, la ayuda humanitaria da señales de cambio urgente al pasar de ser una respuesta básica en guerras y desastres, a enfrentar situaciones más complejas y crecientes en las que los individuos se encuentran atrapados en condiciones inhumanas por más tiempo y con mayor incertidumbre. El sistema humanitario requiere entonces un financiamiento más robusto, ágil y sobre todo eficaz, que proteja la dignidad humana y encauce a las personas a su resiliencia, considerando también el cambio climático.
Reducción de la pobreza. Es uno de los grandes retos del sistema internacional de cooperación para el desarrollo. Si bien hay avances importantes, también hay retos persistentes. Todavía hay más de 700 millones de personas en pobreza extrema, y regiones como África subsahariana y Asia meridional padecen privación de sustento básico. Esto no se puede analizar sin el crecimiento económico de los países como India y China, y menos aún sin actuar en la reducción eficaz de la desigualdad. La erradicación total de la pobreza extrema necesita una cooperación global, misma que se encuentra en uno de sus momentos más difíciles, debido a la desinversión de Estados Unidos, y el replanteamiento de prioridades financieras de la ayuda al desarrollo por parte de Reino Unido y Alemania.
Cambio climático. Los compromisos para acelerar los planes climáticos nacionales tienen un respaldo político desigual y gobiernos e instituciones se ven rebasadas por sus consecuencias. Si bien hay avances en la financiación climática, la colaboración bilateral, multilateral y entre actores no gubernamentales requiere trabajar en la mitigación, la adaptación, y la movilización de recursos de manera ágil.
Inteligencia artificial y procesos de digitalización. Es necesario analizar este tema desde las dos caras de la moneda: las oportunidades que ofrece para la innovación, la ciencia, la tecnología y el crecimiento económico, así como el impacto social por la eliminación gradual de empleos y los peligros de la ciberseguridad, la falta de regulación y el control geopolítico de la producción de sus insumos.
Reconocimiento de lo que hacen otros actores en colectivo. Organizaciones de la sociedad civil, tanto mexicanas como aquellas de procedencia internacional con presencia en México, siguen ávidas por estabilidad financiera y programática en el contexto de desinversión, además del reconocimiento de sus contribuciones a soluciones del desarrollo. El desarrollo de capacidades individuales e institucionales, así como la coordinación interinstitucional ameritan el reconocimiento del sistema internacional, y su integración participativa en procesos de toma de decisiones de política pública.
Vinculación estrecha con las actividades económicas. La cooperación para el desarrollo está vinculada, más no de manera suficiente, con la cooperación económica, las cadenas de valor y la innovación tecnológica. Es indispensable repensar el desarrollo y orientar hacia un paradigma de desarrollo incluyente, sostenible, científico y que genuinamente proteja los derechos humanos y el planeta.
Por último, reconocer la disminución de la democracia, transparencia y rendición de cuentas y trabajar en torno a ello, tanto en lo bilateral como en lo multilateral, lo multisectorial y multinivel. No pueden quedar fuera la atención a la vulnerabilidad de jóvenes, mujeres, niñas y niños e indígenas, con un enfoque integrador y participativo, así como reflexionar la falta de liderazgos y representatividad del Sur global en diferentes espacios de la gobernanza global. Una reingeniería institucional con teoría de cambio para las nuevas generaciones sólo sería el principio de una nueva cooperación internacional, la cual deberá diseñarse desde un enfoque multipolar y social, y no desde un pasado excluyente originado en 1945.
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*Citlali Ayala Martínez
Profesora-investigadora del Instituto Mora desde 2002. Es internacionalista por la UNAM y maestra en Cooperación Internacional Unión Europea-América Latina por el Instituto Mora. Es candidata a doctora en Ciencia Política por la Universidad Técnica de Darmstadt, Alemania, y egresada del programa Managing Global Governance, del Instituto Alemán de Desarrollo (German Development Institute) en Bonn. Sus áreas de
investigación son la cooperación Sur-Sur y triangular, cooperación en educación superior, Agenda 2030 para el desarrollo sostenible y digitalización vinculada a desarrollo. Es coordinadora del diplomado en Cooperación Internacional para el Desarrollo y sus Instrumentos de Gestión, impartido en el Instituto Mora desde 2010, así como de la colección editorial Cuadernos de Cooperación Internacional y Desarrollo. Ha realizado consultoría para organizaciones como GIZ, AMEXCID y Oxfam, entre otros.
@citlaliayala