Por Enriqueta Quiroz

Hace algún tiempo sostuve una platica con un productor de cacao en Michoacán y él me preguntó sobre el origen del cacao y por qué se utilizaba en México el apelativo de “cacao criollo”. Estas preguntas motivaron este artículo, ya que me di cuenta del desconocimiento que se tiene de la tradición agraria cacaotera de nuestro país. No pretendo, hacer un largo relato al respecto, sino entender cómo fueron los cambios en las técnicas agrícolas ancestrales que realizaron los españoles para plantar árboles de cacao y que aún subsisten en el presente, bajo la forma de monocultivo industrial.

El cacao es un árbol originario del Amazonas; es decir, es un árbol que crece en tierras calientes, húmedas, boscosas o selváticas. Recientes estudios arqueo botánicos han indicado que los mayas lo introdujeron a nuestro territorio a través de intercambios que realizaban con pueblos sudamericanos. Los mayas pudieron adaptarlo y aprendieron a cultivarlo, aunque siempre se consideró que era un árbol muy delicado de reproducir. Sin embargo, a la llegada de los españoles en el siglo XVI el fruto se encontraba propagado en todas las tierras calientes y húmedas, tanto de la costa pacífica como atlántica del actual territorio mexicano.

Es decir, los pueblos mesoamericanos habían logrado reproducirlo, aunque es preciso destacar que fue siempre en cultivos de pequeña escala. La técnica era plantarlo a través del acompañamiento de árboles, junto a ríos o flujos importantes de agua. Se hablaba que el cacao necesitaba de “un árbol madre” para crecer, porque efectivamente necesita sombra, ya que, lo dañan los rayos solares directos. También, los habitantes locales decían que era vulnerable a los vientos huracanados y al flujo del aire frío del norte y al granizo, que en ocasiones alcanza las tierras calientes. Pese a todo, el cacao se cultivaba en distintas zonas de Nueva España y se utilizó para el pago del tributo indígena y también como moneda de cambio.

Sí podría parecer ineficiente aquella técnica productiva milenaria, aunque actualmente se está reaprendiendo de aquella, solo que hoy, se le denomina agroforestería intensiva. La técnica que es de origen ancestral consiste en el aprovechamiento de pequeños terrenos, para la plantación de diversos árboles frutales, maderables y con el acompañamiento de pequeños arbustos como por ejemplo el achiote o la vainilla. Es decir, estamos ante un sistema agrario de policultivo, que cumple el principio de reproducir la pluralidad y complementación de especies en la naturaleza. Esta técnica aún se mantiene, en las tierras bajas del Petén y en los “ekuaros” de Michoacán; sin embargo, el monocultivo la ha desplazado notablemente.

Este problema no es reciente, ya que habría iniciado a la llegada de los españoles. Ellos introdujeron cambios en el cultivo de cacao, principalmente, aumentaron las dimensiones de las “milpas de cacao” así conocidas en el siglo XVI. En cambio, crearon las “estancias de cacao”, conformadas por miles de árboles de cacao que —a falta de la complementación de especies, como lo hacían nuestros ancestros— terminaron expuestos a plagas y hongos. Del mismo modo, con la introducción de la ganadería, se talaron bosques, provocando una notable deforestación y paulatinamente se fue denostando la técnica de la agroforestería. Por ejemplo, hubo grandes estancias de cacao en Colima y en Michoacán, pero como es explicable no sobrevivieron al sistema de monocultivo, solamente se mantuvieron las de Tabasco y Chiapas, porque el clima y la vegetación eran naturalmente favorables para el crecimiento de los cacaotales.

A raíz del decaimiento productivo del siglo XVII en Nueva España, se comenzó a introducir el llamado cacao “forastero” proveniente especialmente de Guayaquil, Maracaibo y la Guaira. Por lo tanto, de ahí surgió el apelativo de “cacao criollo” para diferenciar el nativo del “forastero” que procedía de América del Sur, introducido para cubrir la creciente demanda del preciado chocolate dentro y fuera del virreinato. En definitiva, es importante destacar que el cacao se puede producir en las diversas tierras calientes de nuestro territorio —no sólo en Tabasco o Chiapas— aunque para tener resultados efectivos en zonas no selváticas, hay que emplear la técnica de la agroforestería ancestral.

Una tradición que comienza a ser retomada, aunque todavía para muchos puede resultar poco docta, pero al respecto hay que recordar que el propio sabio ilustrado José María Alzate la documentó en sus escritos: los árboles se deben plantar en hileras separados a menos de un metro y junto se siembran uno o dos de plátanos a similar distancia, así como, de trecho en trecho, se ponen árboles de aguacate y también el zompantle (Erytrina coralloides). Para concluir, podemos afirmar que en México hay un cacao propio, en el sentido de que ha sido criado y cosechado en el territorio; tal como, lo indica la palabra criollo (de origen portugués) y se refiere “a criado en”.

Enriqueta Quiroz

Es doctora en Historia por el Colegio de México y profesora investigadora Titular C en el Instituto Mora, miembro nivel II del Sistema Nacional de Investigadores. Centra su investigación en la historia económica de la alimentación y del consumo, en esa línea se destaca el reciente libro bajo su coordinación Del Aguacate a la Espirulina. Globalización, biodiversidad y descolonización alimentaria en México. México, I. Mora, 2024. https://doi.org/10.59950/IM.114

Enriqueta Quiroz. Foto: Cortesía
Enriqueta Quiroz. Foto: Cortesía
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