Por Lourdes Roca Ortiz
Cuando buscamos profundizar en las vidas de las mujeres para entender mejor los procesos sociales en que se han involucrado y los pulsos que las han movido, se abre un universo de posibilidades hacia nuevas puertas de estudio a menudo apenas exploradas y, sobre todo, siempre generadoras de nuevas preguntas de investigación para seguir alentando estudios posteriores. Sin considerar las vidas de ellas, toda historia es más que incompleta.
Proponerse hacer historias de vida tiene implicaciones formativas, pero aún más, conlleva también entrar en una lógica de estudio que rompe con los cánones tradicionales de la investigación: tratamos con actoras y actores sociales que pueden autorizar o no que entremos en sus vidas, primero que nada, pero sobre todo nos sumergimos en momentos y encuentros que construyen una relación desde el día uno de encuentro. A diferencia de la fuente de estudio muda, las personas entrevistadas no solo narran y responden, también cuestionan, increpan, corrigen, desmienten y ponen en balance experiencias propias frente a escuchas más o menos ajenas que delatan por principio un arduo interés en sus trayectorias.
Al entrevistar a personas adultas mayores, el potencial de la historia oral apunta en revisar experiencias acumuladas, procesos vividos en su momento, pero ante todo resignificados con el tiempo. En la persona entrevistada se generan también expectativas sobre quien se planteó entrevistarla: ¿por qué yo? ¿por qué será de interés mi testimonio de vida? ¿para qué y para quiénes? ¿por qué interesan mis experiencias y valoraciones ahora?
Estas inquietudes que suscita una entrevista en cualquier persona común que no sea una figura pública son naturales y a veces incluso pueden entorpecer la entrevista en un inicio, porque en general pensamos que nuestras vidas no son de interés de la mayoría. Esto aún más para el caso de las mujeres, a quienes se ha preguntado mucho menos a lo largo de la historia y de quiénes hemos estudiado y compartido también muchísimo menos en la mayoría de los estudios sociales.
El panorama ha cambiado drásticamente en lo que va de siglo y hoy día son numerosos los estudios que ponen el foco en la construcción de testimonios orales de vida con mujeres, campo de especialización que la historia oral y las historias de vida han fomentado desde sus inicios, evidenciando el largo camino que nos queda. Preguntar a las personas sobre sus vidas permite adentrarse en un mundo de experiencias que no necesariamente están consignadas en los estudios sociales sobre numerosas temáticas. Es una forma de acudir a esas múltiples voces silenciadas que pasan a emerger para narrar notas discordantes, paisajes diversos, pinceladas alternas, danzares asíncronos y relatos desconocidos, entre muchas otras posibilidades.
Sobre las particularidades de estas vidas, que pueden incluir tanto continuidades y similitudes como destacables diferencias y contrastes para los estudios sociales que realizamos, el universo se enriquece aún más con la variedad de voces prestadas a la escucha atenta. Sus rastros y rostros, como voces y experiencias, son los que cuentan aquí. ¿Cómo han sido las vidas de ellas? ¿Cuáles son sus experiencias? ¿Cómo han vivido el ser mujer en este mundo?
¿Qué han podido o no han podido hacer como mujeres? ¿Cómo han lidiado con los diversos roles que usualmente tienen por mandato de género? ¿Qué las sostiene y qué las impulsa en sus vidas?
En los últimos ochenta años, que es el rango promedio de tiempo atrás al que nos podemos remontar cuando nos interesa preguntar a personas, las transformaciones en las vidas de las mujeres han sido radicales. Podemos encontrar en escasísimas generaciones, apenas dos o tres, un sinfín de condiciones políticas, sociales, económicas y culturales desde poco antes de la mitad del siglo XX que abrieron el ámbito de lo doméstico, ese círculo que tantas vidas restringió por siglos, a un ámbito público donde las mujeres encontraron enormes retos y muchas dificultades, pero también grandes posibilidades de crecimiento y transformación.
Cuando se encuentran mujeres para escuchar a mujeres, el código de comunicación se recoloca, hay temas que se hablarán con mayor comodidad y soltura, muchos siglos de consignas estancas nos han colocado en uno u otro universo de la narración y los temas por supuesto pueden ser otros muchos cuando exploramos historias de vida con ellas. Los silencios, siempre reveladores, emergen en múltiples facetas vividas, algunas inexplicables para la propia actora social, otras resignificadas al calor del acompañamiento que implica el encuentro, seguido en un marco de complicidad.
Como en toda vida, las condiciones que el contexto nos pone desde un principio pueden marcar muchas pautas, con lugar de nacimiento, periodo, familia, escuela, comunidad, localidad y tantas otras consideraciones a escala micro como macro, pero en el camino siempre habrá un sinfín de pruebas, derrotas, ejercicios de exploración y replegamiento, como azares y suertes que colocan coyunturas y derivas hacia unos u otros andamiajes, acompañamientos y oportunidades para crecer y expandirse.
Estos procesos son de particular interés ante trayectorias de mujeres que se iniciaron en un gremio como el cine, y se animaron a ser las primeras documentalistas en México. ¿Quiénes son estas mujeres que se formaron en cine cuando apenas se enseñaba? ¿Cómo aprendieron a hacer documental? ¿Cómo se fueron insertando en un oficio tan masculinizado desde su origen? Emergen trayectorias diversas para el estudio de un gremio donde las mujeres han sido largamente silenciadas y sus obras olvidadas y desconocidas por tanto tiempo, varias incluso perdidas.
La deuda social e histórica entra aquí en escena, para contar pronto con historias de vida de las mujeres documentalistas en México, cuyas obras se remontan a los años setenta del siglo pasado. Historias por contar, historias por escuchar, historias por conocer: mucho archivo y memoria histórica por construir.
Lourdes Roca Ortiz
Lourdes Roca es antropóloga y profesora-investigadora del Instituto Mora. Ha realizado diversos documentales desde 1994 y coordina el Laboratorio Audiovisual de Investigación Social que fundó ahí en 2002. Se dedica a la investigación audiovisual, la historia del documental, y la construcción de propuestas metodológicas para la incorporación de imágenes como fuentes de investigación. Su publicación colectiva, Tejedores de imágenes (2014), fue Premio Antonio García Cubas del INAH.