Por: Pablo Gómez Limón

Hace algunas semanas las redes sociales y varios medios de comunicación se vieron alertados por un evento que dio de qué hablar en varios foros de discusión. Se trató de la victoria de Javier Milei en la Argentina, acontecimiento que dejó a más de uno perplejo y en muchos despertó preocupación. No era para menos, este suceso se unía a una serie de golpes surgidos desde el extremo político de la derecha contra el establishment político. Nuevamente aparecía un sujeto de fuera del espectro político tradicional, con una retórica antisistema y anti-partidos, que declaraba oponerse a las élites tradicionales. Milei se perfila como un personaje más de la lista de líderes anti-politicos que, desde 2016, han trastocado al continente americano con fuerza. Trump, Bolsonaro, José Antonio Kast, todos aparecieron a finales de la segunda década del siglo XXI, y parecen mantenerse con fuerza, en un fenómeno de consolidación de la ultraderecha que ha merecido la atención de analistas políticos, comentaristas y no pocos tuiteros en X.

Ahora bien, ¿podemos hablar de una expansión de la ultraderecha global en América? Para algunos esto es así, y resulta una obviedad. No obstante, la aparición de este fenómeno en la región se merece algunas palabras, al menos para situarlo en su contexto. En efecto, parece que vivimos un momento dominado por líderes extravagantes, enemigos de las acartonadas formas políticas, amigos de las frases llamativas, cultivadores de momentos reposteables e irreverentes. No obstante, sus afinidades políticas son ambiguas, como también lo son sus programas políticos, más aún si se les encasilla a todos bajo el signo de la ultraderecha, término de extensión amplia y que une bajo él a movimientos muy diversos y a tradiciones bastante oscuras. Vale la pena preguntarse, entonces, ¿a qué ideología pertenecen estos nuevos actores políticos?, o ¿acaso comparten, en principio, alguna ideología concreta?

Aparentemente estos nuevos actores no proceden de algún movimiento de ultraderecha del siglo XX. Se definen a sí mismos, no como herederos del neofascismo o del nacionalismo radical, sino como outsiders de la política, mas cercanos a los hombres de a pie que se han visto defraudados por el sistema. Los movimientos políticos que encabezan no tienen más de una década de existencia, han competido en, a lo mucho, dos o tres elecciones y han mantenido un solo candidato. Dirigen partidos ampliamente personalistas, que dependen del carisma de un líder que se identifique con un electorado ávido de liderazgos fuertes y disruptivos. “Populistas de derecha” se les ha etiquetado en algunos círculos, no sin varias críticas, si bien su retórica y su práctica política tienen, en efecto, mucho de populistas. En eso se diferencian de sus contrapartes europeas, que si mantienen una continuidad con antepasados de corte fascista, neofascista o nacional populista.

Así, si en Francia tuvieron al Front Nationale, en Italia al Movimento Sociale Italiano, y en Alemania al Alternative für Deutschland, en América no encontramos formaciones políticas de larga duración que pudieran calificarse de extrema derecha. Es cierto que buena parte de los dirigentes políticos de ultraderecha latinoamericanos tienen nexos cercanos con las dictaduras militares de los 70 y 80, con mención notable a Kast, a Bolsonaro y a varios miembros del gabinete Milei; sin embargo, ninguno de ellos procede de partidos políticos de extrema derecha de más de una década de existencia. En México tampoco ubicamos a la

extrema derecha con facilidad en la historia política reciente, si bien existió en la forma de asociaciones secretas como el Yunque, el MURO, el Sinarquismo o los Tecos. Así, pareciera que los partidos de ultraderecha se consolidaron con mayor fuerza en el ámbito europeo, mientras que en América parecen dominar los dirigentes carismáticos de carreras efímeras.

Ahora bien, lo que se ha querido mostrar con esta comparación entre las ultraderechas europeas y americanas ha sido la particular trayectoria de estas últimas. En las Américas pareciera que son un fenómeno reciente que no ha logrado consolidarse en la forma de un movimiento político duradero, como si lo han conseguido los ultras europeos. Sus principios políticos parecen igualmente ambiguos, sobre todo en cuanto a políticas económicas. Es claro que todos se oponen a la diversidad sexual, cultural, a los derechos reproductivos de la mujer, al feminismo, a las políticas identitarias, etc. Se les suele categorizar como reaccionarios, neorreaccionarios, conservadores, fachos, si bien suelen tener ideas contrastantes. Así, si Trump propugnaba por un “America First” nacionalista, Milei parece abanderar el regreso del neoliberalismo más recalcitrante, afín a la dolarización de la economía y sin intenciones de un nacionalismo económico. Son conservadores, en el sentido ambiguo del término, el cual históricamente se ha empleado para designar a los actores políticos que defienden el statu quo, cualquiera que este sea, en cualquier momento histórico concreto. Ya Octavio Araujo notaba el problema de este concepto “paraguas” que un día se usaba para designar a neoliberales como Reagan y otro a nacionalistas como Trump.

En última instancia, debemos repensar este nuevo fenómeno atendiendo a las particularidades de la región, muy diferentes a las del contexto europeo. Si Slavoj Zizek en Sobre la Violencia entendía el ascenso de la extrema derecha como una pérdida del radicalismo de izquierdas en el ámbito europeo, en América Latina quizás debería de pensarse de manera distinta. En efecto, las Américas han pasado por procesos particulares, marcados por la experiencia de dictaduras militares y de represión a las izquierdas, los cuales contrastan ampliamente con los contextos europeos. Así, a las ultraderechas se les piensa usualmente como movimientos conservadores, aún cuando muchas no buscan defender el neoliberalismo de status quo, sino que defienden un nativismo recalcitrante y se oponen a la globalización. Tiempos de indefinición y de marcados matices políticos imperan, y nos obligan a observar al mundo cuidadosamente.

En X como @01PGL01

Soy Pablo Gómez Limón. Estudio la licenciatura en historia en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora y Composición Musical en la Universidad Nacional Autónoma de México. Investigo temas de historia política y conceptual en los siglos XIX y XX, con trabajos relacionados a los movimientos y partidos conservadores, historia urbana de la ciudad de México en los años 40 y arte y literatura en la Revolución Cubana.

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