Hace poco, mi expareja me pidió que cancelara un retiro que él me había regalado. "Quiero que me devuelvan el dinero", me dijo, como quien regresa un producto defectuoso.

Mi primera reacción fue enojo. Sentí que me arrebataban algo que había recibido con gratitud, pero luego hice una pausa. ¿Esto es realmente una pérdida… o una oportunidad? ¿Una invitación a revisar desde dónde estoy recibiendo y soltando?

Ahí entendí algo importante: a veces, lo que parece un regalo no viene desde la generosidad, sino desde el control. Y cuando la relación termina, llega la factura. Como si lo recibido hubiera sido parte de una transacción emocional. Como si tuvieras que pagar por haber “sido querida”, como si tuvieras una deuda pendiente, algo que compensar.

Recuerdo ese 14 de febrero. No planeaba verlo, tenía cosas importantes que hacer. Pero él apareció con un ramo enorme de rosas rojas. No sentí alegría, sino presión. No era un gesto de amor, era una exigencia disfrazada, la moneda de una transacción. Su pretensión era que yo soltara mi día para dárselo a él, pero como no se atrevió a pedirlo, le puso un empaque de romanticismo. Eso no fue dar, fue manipular con flores en la mano.

Ese día entendí que no todo lo que se da, se da con generosidad, por consiguiente, no todo lo que se recibe, se recibe con agradecimiento y en paz.

Cuando alguien te da esperando algo a cambio, lo que recibes se contamina. Una parte de ti lo sabe y lo recibe con incomodidad, porque intuye que vendrá una factura emocional después. Y esto es lo más importante: aprender a recibir, reconociendo cuando se trata de un gesto genuino y desinteresado… y cuándo no. Por eso hay que darnos permiso de soltar y repeler lo que viene con condiciones. Recibir no debería generar culpa, ni compromiso. Y una vez que aprendemos claramente a recibir con agradecimiento y amor, también necesitamos observar cómo damos.

El dinero, el amor, el tiempo o cualquier otra cosa que pretendamos dar, tiene memoria energética. Si lo damos con resentimiento, compromiso o esperando algo a cambio, ese regalo se vuelve una carga. Si lo damos con miedo, se vuelve escasez. Pero si lo damos con presencia y con desinterés, entonces no te duele soltar, todo lo contrario. Deja de ser un gasto, un sacrificio o una transacción y se vuelve un acto de amor y generosidad.

Cuando la vida te quiere enseñar una lección en el arte de dar y recibir, te expone a situaciones incómodas, momentos en los que soltar cuesta, como cobros que parecen injustos, gastos inesperados. Y usualmente vemos estos escenarios como: ¡Debe haber un error aquí!, ¿Y si no es un error? ¿Y si es un entrenamiento del alma?

Cuando a mí me sucede, en vez de victimizarme, práctico soltar sin perder el centro. Recuerdo que mi fuente no es quien me cobra, ni el banco que descuenta. ¡Mi fuente es la vida misma!

Desde entonces, cuando pago —una comida, la luz, una cuenta inesperada—, me repito:

"Esto no me empobrece. Me libera del miedo a perder, del impulso de retener, de la ilusión de control."

No es resignación. Es soberanía. Es agradecimiento. Es amor. Es abundancia.

El dinero también escucha desde dónde lo sueltas. Y cuando lo haces con conciencia, la vida toma nota y responde. Tal vez no al instante, pero sí con precisión.

Hoy sé que cada cobro “injusto” me recuerda que mi verdadera riqueza no está en lo que retengo, sino en lo que doy. La alquimia espiritual del dinero me libera del miedo, de la deuda emocional, y me alinea con el flujo real de la prosperidad.

El INGRIDiente secreto es saber que la abundancia no empieza cuando recibo todo… sino cuando doy todo y ya no me da miedo soltar. Gracias por acompañarme una vez más.

Ingrid Coronado

IG: @Ingridcoronadomx / www.mujeron.tv

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.