Finalmente, llegamos. Respiré con los ojos cerrados. Abrí la maleta con la fuerza del coraje y la frustración acumulados por lo estresante de aquel día. Instantáneamente, mi perfume salió volando y se hizo pedazos al estrellarse contra el piso.
“¡No, no, no puede ser!” Me mordí el labio con rabia. Primero, nos habíamos quedado sin hotel y gracias a la amabilidad de una familia, que también participó en el torneo seccional de pádel de mis hijos, pudimos alojarnos en su casa. Llegamos agotados, estresados y ahora… esto.
El perfume y los vidrios regados por todo el piso. La escena me frustró aún más. Me dolió. Porque no era cualquier perfume. Era "ese". El primero que me regaló mi ex pareja, con quien terminé recientemente, justo un día antes de cumplir un año. Me lo trajo de uno de sus viajes, cuando apenas estábamos empezando a salir. Y eso, me pareció tan romántico, que él eligiera cómo quería que yo oliera. En ese gesto había algo dulce, sí, pero también era una forma sutil de marcar su presencia, como si ese aroma que él eligió, también llevara su nombre.
Pero ahora ya no estábamos juntos y el frasco se rompió. Solo. En el momento más vulnerable.
Primero pensé: "Qué mala suerte". Me pareció injusto. ¿Por qué esto tenía que pasar ahora, cuando todo se siente tan frágil?
Pero después, algo dentro de mí hizo clic. Los olores tienen memoria. A veces más que las palabras. Te transportan, te devuelven a un momento que parecía olvidado. Hay fragancias que se vuelven parte de una historia hasta que esa historia pesa.
Los vínculos dejan huellas. Algunas se notan de inmediato. Otras, como ciertas fragancias, se quedan más tiempo del que esperabas: no las percibes, pero ahí están. En la ropa, en los rincones, en la memoria. Así son ciertas historias: ya terminaron, pero su esencia todavía flota cerca.
Y me pregunto cuántas veces, sin darnos cuenta, llevamos encima algo que no elegimos. Puede ser una canción que traes pegada y no te gusta, un espacio que ya no te abraza, un recuerdo que te sigue. Cosas que no puedes tirar del todo, pero que tampoco quieres seguir cargando. Cosas que fueron parte de un pasado, pero que ya no resuenan con quién eres hoy.
Ahora sé que el Universo no me estaba quitando algo. Me estaba liberando. Ese perfume, por más bello que fuera, ya no era mío. Me lo habían elegido. Lo había cargado con una historia que ya no hablaba de mí. Y si soy honesta conmigo, ya no quería oler a eso.
Ese frasco roto fue más que un accidente. Fue un cierre. Un susurro del alma diciendo: "ya puedes soltar". A veces creemos que estamos perdiendo algo importante cuando en realidad estamos soltando lo que ya no necesitamos.
Yo, después de todo, agradecí que se rompiera. Me quitó un peso que no sabía que aún estaba ahí.
Tal vez tú también lo has vivido. Ese momento en el que algo se rompió y, con lágrimas en los ojos, supiste que no era solo el final de una relación o la pérdida de un objeto. Era el final de una parte de ti. De una historia que aún dolía, pero que en el fondo, sabías que ya no te sostenía.
La vida te ayuda a soltar lo que tú no te atreves. Y el INGRIDiente secreto es entender que, a veces, lo que parece una pérdida, puede ser un regalo. Porque hay momentos en los que el Universo te dice, sin palabras: "No era solo un perfume..."
Gracias por acompañarme una vez más.
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