A veces el pasado se nos pega al cuerpo como una segunda piel. Te bañas, trabajas, ríes... pero en el fondo, hay una culpa vieja que no se suelta. No importa cuánto tiempo pase ni cuánto intentes seguir adelante: algunas heridas siguen doliendo en el silencio de la noche, como un susurro amargo que no se apaga.
Durante años —¡décadas!— creí que no merecía ser feliz. Que no podía tenerlo todo. Que algo dentro de mí estaba roto para siempre. Vivía atrapada en un ciclo silencioso de autoboicot, sin darme cuenta de que era yo quien seguía alimentando la herida.
Me castigué de formas que apenas ahora empiezo a entender: aceptando migajas de amor, soportando injusticias, trabajando el doble porque creía que valía la mitad. Como si creyera que la forma de pagar “mi deuda” era con el castigo autoimpuesto y el dolor.
Era joven, inmadura y estaba sola. Nadie me enseñó a elegir distinto. Nadie me sostuvo. Y yo misma, me convertí en mi peor verdugo.
Hasta que un día, cansada de arrastrar cadenas invisibles, mi alma preguntó:
“¿Cuántos años más vas a vivir cumpliendo una condena que ya cumpliste?”
Fue entonces cuando entendí: el perdón que aún me debo no depende de que alguien más me absuelva. Depende de mí. Depende de reconocer que hice lo que pude, con la conciencia que tenía, con el miedo que cargaba, con la soledad que me rodeaba.
Que mi valor como mujer, como madre, como ser humano, no está definido por un error. Está definido por el amor que he sembrado desde entonces.
Que mientras no me abrazara completa —con todo y mis errores—, seguiría atrayendo castigos. Que no era el mundo el que me juzgaba: era yo, condenándome una y otra vez.
Mientras no me perdonara a mí misma, seguiría proyectando mi culpa en los demás, invitando a que me castigaran de nuevas formas. Era un eco que no conocía de tiempo, un eco que únicamente podía callar abrazando mi historia entera, sin excepciones.
Hoy sé que perdonarme no significa olvidar. Significa honrar toda mi historia: la luz y la sombra, el error y el aprendizaje, el dolor y la fuerza.
Hoy, después de tanto andar, sé que el perdón no borra lo vivido. Pero sí te regresa la dignidad. Te deja caminar ligera, sin cadenas, con el corazón dispuesto a volver a amar sin miedo.
Hoy me miro y me abrazo. No porque haya sido perfecta... No porque no haya fallado... sino porque sigo aquí.
Más viva. Más consciente. Más libre. Más humana.
Porque cada lágrima que lloré, cada paso que di cargando culpas ajenas, me convirtió en la mujer que ahora es capaz de escribirte.
Hoy soy libre. No soy el error que cometí. Soy la mujer que eligió amarse a pesar de él. Por eso el INGRIDiente secreto es saber que la deuda ya está pagada, que ya no tengo que seguir viviendo como si debiera algo. El día que entendí que ya era libre, mi corazón comenzó a escribir su nueva historia.
¿Puedes reconocer algún error por el que no te has perdonado? ¿Uno por el que sigues castigándote en silencio?
Gracias por acompañarme una vez más. Este tema me lo pidió un lector en Instagram @ingridcoronado.mx. ¿Sobre qué tema te gustaría que escribiera la próxima vez?
Te leo y te abrazo.
IG: @Ingridcoronadomx / www.mujeron.tv