“Ojalá algún día reconozcas tu luz, que es tan grande”. Me escribió. Eso me pasó una tarde tras una discusión con una persona cercana.
Desde fuera sonaba bonito, pero algo dentro de mí se tensó. El mensaje no venía desde la humildad de quien quiere reparar, sino desde la condescendencia de quien cree estar por encima. Como si esa persona ya hubiera sanado todo y yo solo estuviera en un berrinche.
No preguntó cómo me sentía, no reconoció lo que hizo, no hubo disculpa. Solo una “frase espiritual” que parecía amorosa, pero era otra forma de invalidar mi verdad. Como si lo que yo sentía no fuera real, sino una nube que me impedía ver “la verdad superior”.
Eso es gaslighting espiritual. Una manipulación disfrazada de compasión que no repara, pero suaviza la culpa. Que no escucha, pero habla bonito. Que no se hace cargo, pero se viste de sabiduría. Cuando alguien con máscara de iluminado te hace creer que tu dolor es exagerado, que tus límites son inmadurez y que tu distancia es ego. Cuando niega tu experiencia y se presenta como “amor”.
A veces, quien lastima es quien menos se hace cargo. En lugar de disculparse, dice: “hice lo que podía en ese momento”. Y aunque eso puede ser cierto, usado como excusa para evitar una disculpa sincera, no es una intención de resolver, es negación elegante. Hay heridas que podrían sanar con una sola frase honesta: “Perdón, te lastimé”. Pero en lugar de eso, recibes mensajes llenos de emojis y palabras dulces que, lejos de reparar, te dejan más confundido.
Frases como "tú todavía no has soltado", "yo ya trabajé eso"... suenan espirituales, pero niegan el dolor real del otro. Son formas de decir: "tú no ves", "yo estoy más adelante", "cuando madures, entenderás". Esto es pararse encima, como si sentirse superior justificara el no mirar hacia abajo o hacia atrás. Quien daña con dolo y con el objetivo de “ganar”, no lo hace un ganador o más sabio. Más bien, está estancado justo antes del acto más sanador: Reconocer con humildad el daño que causó.
Cuando alguien se coloca como superior frente a quien está sanando, lo que hay no es sabiduría: Es evasión disfrazada. Y se demuestra de múltiples formas. Cuando la persona que te manda frases bonitas por WhatsApp, no te llama cuando sabe que estás mal. Cuando alguien habla todo el tiempo de conciencia, pero siempre pide, y no cuida.
En ciertas ocasiones el juego es más sutil: Te invitan a perdonar, pero sin haber escuchado tu historia ni reconocido lo que faltó. Sin haberse quedado cuando más lo necesitabas.
A veces, quien más debería sostenernos, es quien más nos confunde, y no con actos hostiles, sino con frases suaves. No con agresiones, sino con mensajes que erosionan lentamente la confianza en nuestra percepción.
Cuando dudes de ti por esas voces suaves que parecen amorosas, pero que te hacen sentir pequeño, recuerda esto: No eres un rebelde emocional. No estás exagerando. No estás atrapado en la infancia.
Eres alguien que aún está sanando a pesar de todo, pero que ya no está dispuesto a ser infantilizado por quien no supo sostenerte. No todo lo que se dice con voz suave es amor. La verdadera sabiduría no minimiza: Reconoce, repara y acompaña.
Por esto, el INGRIDiente secreto es: Si no hay espacio para tu verdad, está bien que tomes distancia para proteger tu alma del gaslighting espiritual.
Gracias por acompañarme una vez más.
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